Tengo un compañero de trabajo que corre los encierros. En la tele. Pero los corre. Y de hecho llega ya al despacho corrido, como desfogado y preparado para afrontar –como en ningún otro momento del año- la jornada, hasta en sus tramos más peligrosos. Él suele ir todos los días al gimnasio, nada más abrirse, y para entonces ya ha sacado dos perros que tiene. Así que cuando llega al curro ya lleva un rato en danza, y está más o menos espabilado y se ha duchado varias veces, entre casa y el gimnasio. Pero la semana de los encierros es otra cosa. Otro nivel de juego. Lo ves entrar y viene como purificado el tío. Está todavía algo sudado, las mejillas enrojecidas, resuella un poquito, las venosidades de los ojos candentes, estira los brazos como para relajarlos. Lo ves ufano, crecido, un puntito eufórico. En deportivas. Y lleva el periódico hecho un churro, agarrado con un puño. «¿Qué tal hoy?»: «¡Buaaaa!… Rápido, ni a dos minutos ha llegado; una carrera a tumba abierta, venía la manada como una locomotora; en el ángulo entre Mercaderes y la Estafeta se ha quedado uno rezagado y a poco empitona a unos despistados; luego ya se ha estirado la manada llegando a la plaza, y la cosa iba bien, pero al final, ya cerca del callejón, se ha formado un montón ¡y amigo!, ahí habido mucho peligro, pero mucho; fíjate que te lo cuento y aún me tiemblan las piernas; tengo todavía aquí en el cogote el aliento del bicho; me he tenido que meter por una gatera…». Y tendrían que ver bufar a mi compañero, y hacer figuras. Y mirar todo el rato para atrás, todo el rato. Está claro que cuando lo cuenta está soltando. No sé el qué; pero está soltando. Y no es exactamente adrenalina. Cuando finaliza su relato se queda unos segundos en silencio, con la mirada perdida. Y entonces se gira y se dirige a la máquina de café, y se trae uno solo largo. Y se lo mete de un trago. Todavía con la cabeza en la carrera. La semana del encierro mi compañero es que parece otro. Es otro. Y es así todos los días. Nunca se pide, además, vacaciones en esas fechas. Porque quiere estar para correr los encierros. En la tele. Y luego venir al despacho, como nuevo. «¿Y hoy qué tal?»: «Limpio». «¿Así, sin más, limpio?». «Limpio, pero trepidante». «¿Y en el tramo de Telefónica?»; porque, claro, ya vas aprendiendo, y te sabes más o menos los puntos clave del recorrido, y te interesas. «Uno se ha quedado suelto y luego ha habido un acelerón, pero vaya, como yo iba cerca del pastor y…». A veces mi compañero ha tenido una carrera accidentada y le veo un poco tocado. Del encierro del lunes vino cojeando: «¿Qué te ha pasado?»: «Un encontronazo, nada, en la curva de Mercaderes». Si algún día mi compañero se retrasa en llegar al despacho yo me empiezo a preocupar. Este lunes, por ejemplo, hasta le llamé al móvil. «Te he estado venga llamar al móvil»: «No, si yo cuando corro no llevo móvil, lo dejo en casa». Pero vamos, que raro es el día de la semana de encierros en que lo veo bajo. Mi compañero -ésa es la verdad- es un poco bajo de natural; aunque no tanto como yo, que además soy un cobardica; pero esa semana de encierros, a mi compañero lo veo como fajado, preparado para lo que venga. Y entonces, transcurridos unos minutos y otro café, el tío se sienta, respira hondo y lo que no hace nunca: coge el periódico, lo desenrolla y se pone a leerlo. Contemplando la portada yo noto que su respiración comienza a agitarse. Llega un momento en que se de decide y pasa la hoja, para enfrentarse a la sección de internacional. Aquí, ya se lo oye hiperventilar. Aguanta unos minutos en internacional y no sin antes mirar para atrás –algo que no dejará de hacer hasta concluir la lectura del periódico- pasa a nacional. En nacional salta de página en página, agarrándose de vez en cuando al apoyabrazos de la silla. A punto de perder el equilibrio. Sale de nacional como puede, con algún rasguño y quemaduras de diversa consideración, y enfila local. Se le tensan los maxilares, aguanta el tirón y pasa de página como se da un volantazo en los autos de choque. Va más lento en el vado de opinión y editoriales. Toma aire, vigilante. Sin dejar de mirar a sus espaldas. Y ya está en cultura, sociedad y varios. No se distingue bien entre estas zonas y va un poco a tientas. Hasta salir escapado por deportes, que es para él un trayecto más fácil, que controla mejor. Aunque el otro día recibió un buen susto con un asunto de fichajes. Y así, con la lengua fuera, llega hasta la contraportada y a la columna de cierre de la que logra salir indemne. Y ya después abre el ordenador. Yo, ya digo que es que no tengo valor.