Se ha estrenado esta semana Stan & Ollie, una película sobre Stan Laurel y Oliver Hardy, sólo en España conocidos como ‘”El Gordo y el Flaco”. Dos de los ‘tontos del cine’. “Tontos” era como cariñosamente llamaba Alberti –y por extensión, el 27- a los cómicos del cine americano; de Charlot a “El Gordo y el Flaco”. Geraldine Chaplin, por cierto, recorrió todo el arco. Siempre cuenta que pasaron de considerarla la madre de Charlot a la hija del Gordo y el Flaco. A mí me gustaban mucho de niño, porque me recordaban a los payasos del Circo, a la pareja del tonto y del listo. Y también a dos queridos tíos míos, José Luis y Ángel, hermanos de mi padre, que tenían la particularidad de que los dos se parecían sólo a Stanley. Se daban en los cines Festivales del Gordo y el Flaco, apodados ‘los reyes de la risa’; tuve en súper 8 una secuencia suya de tres minutos –que vi hasta cascar la cinta- en la que daban vueltas dentro un coche, como en bucle, como si el coche estuviera anclado en el suelo y conducido por un volante loco. Conservo una publicidad troquelada de “La Casa del Café”, de los años 30 ó 40, en la que si tirabas de una cuerdita, el Gordo y el Flaco se quitaban sus sombreros. Y fui amigo de un director de cine que durante todo el tiempo que se pasó en Los Ángeles para hacer sus películas, se iba todas las noches a un cine a ver las del Gordo y el Flaco; y a punto estuvo de hacerse de la “Sociedad de los Amigos del Desierto”, que tomaba el nombre de la película del mismo título (aquí no: aquí se la conoció por Compañeros de juerga). José Luis Borau. Compartíamos opinión respecto a cuál era, sin duda, la obra maestra de tan extraños compañeros (y una de las de cine mudo en general): Big Bussines, de 1929, retitulada en España Ojo por Ojo. Es la que yo le pondría a un millenial para que supiera de qué clase de tipos estamos hablando. Trata de que Stan y Ollie, en plena Depresión, se ponen a vender abetos de navidad en julio, en Los Ángeles. Con algo de más tino venderían luego, en Quesos y besos, de 1938, trampas y ratoneras en un país de quesos: «¡Shee feenden raatouneras!», gritaban en su mítico autodoblaje para el mercado hispano. Ojo por ojo comenzaba con un gag como de Groucho Marx y acababa con una cascada de violencia surrealista, digna de Buñuel. «¿Querría comprar un árbol de Navidad?» le preguntaba Stan a una señora, que le respondía que no. «¿Y su marido querría comprar uno?» le replicaba Ollie, a lo que ella replicaba que no tenía marido. Y concluía Stan: «¿Y si usted tuviese un marido, él querría comprar uno?». A continuación lo intentan con un tipo con aspecto de Ben Turpin (otro gran ‘tonto’, de segunda línea). Se niega a adquirir el abeto. Y entonces, en 15 minutos, se inicia y se culmina una catástrofe sin igual en el cine. El tipo comienza por podar las ramas del abeto. Y Stan reacciona astillando el marco de la puerta. A lo que el tipo responde machacando el reloj de Ollie y cortándole un pedazo de su camisa. La pareja contraataca estirpándole el timbre y rompiéndole el teléfono. Entonces el tipo la paga con los faros y parabrisas de su coche y… la casa acabará destrozada (arrancada la puerta, toldo y enredaderas; echa añicos la cerámica, talados los árboles del jardín, desarticulado el piano) y desguazado y quemado el coche de la pareja. Parece el título del poema que les dedicara Alberti, en el mismo 1929: “Stan Laurel y Oliver rompen sin ganas 75 ó 76 automóviles y luego afirman que de todo tuvo la culpa una cáscara de plátano”. Al final, ya no se sabe quién había comenzado el destrozo y –acudo a un verso del poema- “Nos parece que vamos a tener que llorar”: lloran el tipo, Stan y Ollie, los vecinos, y un policía que pasaba por allí. Y los espectadores, pero de risa. Vi por primera vez Ojo por ojo, junto a muchas personas, y de pie, en el año 2005, en la Exposición que el George Pompidou de París le dedicaba al Movimiento de las Imágenes y a la relación entre el Arte y el Cinema. Nos tronchábamos, en todos los idiomas. Hoy vuelvo a ver películas de Stan y Ollie y me parecen de una lentitud operativa exasperante; esa lentitud que en los sueños te impide avanzar, pero que en cambio los recoloca definitivamente al lado de la pantomima y de Beckett. Stan y Ollie hubieran sido dos perfectos Vladimir y Estragon, que no se hubieran puesto nunca de acuerdo sobre cuándo y cómo echar una soga sobre el árbol. Y lo habrían dejado siempre para más adelante: VLADIMIR: Suubeté lous pantalouness. ESTRAGÓN: ¿Queee me quite lous pantalouness? VLADIMIR: Suubeteé lous pantalouness. ESTRAGÓN: ¡Aaah, shiii, es ciertou! VLADIMIR: ¿Qué? ¿Nosh… vamouss? ESTRAGÓN: Vamouss.