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Bernardo Sánchez Salas

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Objetivo: prime time

luna2019_trm_7535-bajaUna de las cuestiones más curiosas de la misión del Apolo XI es la polémica nacional que se montó acerca de la hora aproximada a la que convenía que alunizara la nave. Y como suele suceder con este tipo de excursiones al más allá, el asunto suministró información valiosa sobre lo que sucedía aquí y no allí. Se reeditó, en definitiva, el famoso adagio: «hay otros mundos pero todos están en éste». La cuestión era que el momento del alunizaje encajara bien no en los planes de la NASA, ni en los de Fresnedillas de Oliva, sino en el prime time de las parrillas de las cadenas de televisión norteamericanas. No se olvide que el aparato de televisión –junto a otros módulos del american way of life– venía ya alunizando desde hacía una década en el centro de los salones de estar, y allí se había establecido, esparciendo rayos catódicos sobre la familia, la alfombra y el perro. Pues si después de montar semejante pifostio para llegar hasta la luna, el instante en que los astronautas estampaban sus chirucas sobre el firme lunar y plantaban los banderines, no caía, pongamos, a una buena hora de televisión, lo que luego se llamó el prime time,… entonces para ese viaje no hacían falta alforjas. La cosa era pillar a la familia recién cenada, sentada en el sillón. Mirando su aparato televisor. Y que la cacareada llegada del hombre a la luna fuera contemplada como una entrega más de una serie, o como un anuncio de nuevos electrodomésticos para el hogar. El Apolo XI era, de hecho, el electrodoméstico de gama más alta. Es sintomático que fuera finales de 1969 la fecha del alunizaje. Cualquiera diría que para la retransmisión del acontecimiento se había esperado al hueco –y muy grande- que algunas series habían dejado en la programación de ficción televisiva hacía unos pocos meses. Series capitales como Viaje al fondo del mar, Los invasores, Perdidos en el espacio o Star Trek –por comenzar por las de ‘viajes extraordinarios’, que diría Julio Verne, pero añádanse El Fugitivo o Jim West- habían acabado de emitirse en sus temporadas originales en 1968 o a principios de 1969. Por las noches, a los norteamericanos no les quedaba en 1969 más que Lucille Ball y Bonanza. Hacía falta, aprovechando el vacío, generar alguna emoción fuerte. Y petar el share. Lo del Apolo XI -miniserie, diríamos ahora- lo consiguió. Sólo sería superado, muchas lunas después, por los informativos en tiempo real sobre la muerte de la princesa Diana. Por lo visto, el alunizaje podía haberse verificado –siempre horario y calendario de Huston- o en la madrugada del 21 de julio u horas antes, en la noche del 20, a partir de las 22 hs., que era cuando a todo el mundo le venía mejor, y era una hora muy agradecida para la televisión. Y era domingo. Y la gente regresaría al día siguiente a sus trabajos con la carrera espacial ganada. Así quedaron. Y de resultas, los tres astronautas descendieron del Apolo (que para los niños españoles, será siempre sinónimo de un cono de helado, de ‘polo’, sin ‘a’) a las 22: 56 hs. del 20 de julio de 1969. Aquí, como el 21 cayó en lunes, fue un día sin periódicos. De forma que pareció durante horas que no había pasado nada por escrito y no había edición de tarde o de muy tarde de ningún diario para contarlo. Y se vivió todo como en apagón de kiosko. Y con un retraso inevitable porque a las 22: 56 hs. del domingo 20, mientras los norteamericanos veían aterrizar en directo a los astronautas, en la primera cadena de TVE echaban “Sesión de noche” (Melocotón en almíbar) y en la segunda, el dramático “Hora 11” (¿Por qué yo?, de Armand Salacrou). A los españoles nos pilló durmiendo, casi a las cuatro de la mañana del 21, el paseo de Amstrong, Collins y Aldrin, nombres que luego diríamos de carrerilla como la escuadra de un equipo ciclista. Dejamos a Jesús Hermida, que era entonces el único español que vivía según el horario de Huston y trasnochaba internacionalmente. Era imprescindible, para los norteamericanos, que todo aquel espectáculo fuera vivible como una atracción de parque temático, de living room: su principal parque temático, y medida de todas las cosas de este mundo y de otros. Pero sobre todo, la prensa denunció que la hora elegida le venía bien a Nixon para aparecerse en prime-time, y de esta manera –así lo calificó el New-York Times– ‘nixonizar’ la hazaña, poniendo una conferencia a la luna a una hora de máxima audiencia. A Vietnam prefería no llamar. Ha transcurrido medio siglo de todo aquello; hoy vemos a Trump y no sabemos para quién fue más pequeño el paso si para el ser humano o para la humanidad. Y seguimos sin saber si la luna, efectivamente, quedó ‘nixonizada’. De volver, igual nos encontrábamos el Mar de la Tranquilidad minado de micrófonos.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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