Sábado por la mañana. El famoso café humeante. Llueve. Esa fina lluvia que borra los minutos, como dice el poeta: Francis, Francis Quintana. Leo y releo su reciente Papel Pinocho (Mangolele & Sancha). Me borran sus versos otros temas previstos y me sale esto, por ser el asunto de su poemario el asunto que, con el paso de las noches, más me interesa; como quinto de Quintana, en cierto modo (poético) mi hermano mayor por sólo un año (pero por muchos versos y muchos más tangos); y como empleado también que soy, a mi modo, de las palabras. Era el ‘papel pinocho’ el de las manualidades de la infancia. La infancia estival del poema “Hotel Playa”, por ejemplo, plena –parafraseándolo- de grandeza solar y miniatura literaria. De «letra pequeña», concreta Francis. Yo nunca tampoco he leído más que en aquelloss veranos, salvo algún encamamiento por baja médica. En cuanto a la ‘letra pequeña’, nos esperaba en la edad adulta la de aceptar los términos de un contrato o la de las indicaciones de un fármaco.
La infancia tenía dos papeles, que eran como dos pieles y como dos lenguajes: el ‘charol’ y el ‘pinocho’. Con cada uno de ellos hacíamos manualidades distintas. Todo a base de recortes, con tijeras de punta roma. Y de ‘goma arábiga’, que nunca supe qué era, pero pegaba, de aquellas maneras. El ‘charol’ era como más lujoso y el ‘pinocho’ como más modesto, mate y poroso. Había como una lucha de clases entre los papeles.
Ninguna manualidad como la de las palabras. Aunque –ya lo dice Francis en el poema “Aviones”- las palabras «van desmoronándose» pese a la horma de su «cruel e inevitable ortografía». Ningún recorte como una palabra. El poeta las van recortando –a la vez que ellas recortan al poeta, pienso- y las pega, con aquella goma; y hace que parezca que siempre estuvieron así. Que se inventaron para adoptar esa forma y no otra. El ‘Pinocho’ es también el papel de las poéticas; el papel que tutela los versos –así lo cuenta en “Poética”- de un poeta como Francis. Se puede crespar, pero nunca se encrespa. Y teje con una seda de fabricación propia, conseguida con la lectura internada del tiempo transcurrido.
El que Francis califica de “Un poema importante”, por haberse escrito «después de tantos años/sin escribir poemas», sucede precisamente ahora en noviembre. Veo en el taco del calendario que al día de hoy, 2 de noviembre, se le denomina de los ‘fieles difuntos’. Y no hay más exacto recordatorio para la jornada que el epitafio que propone Francis en “Epitafio”: «Lo peor de estar muerto/ es no saber qué hacer/ con las palabras». Vale para todos: para los que las escriben, para los que las dicen, para los que las escuchan. Para los fieles de las palabras, en definitiva. El libro está dedicado a Chema. Siento que caben dos: el hermano Chemita y el padre Chema. Chema padre llenó la casa de papel; retacó lo pasillos con todo lo que salía de una imprenta. Chema era todas editoriales y la casa todas las librerías, de Logroño, de España. En la calle Belchite. Sigue allí. Papel Quintana. De ese papel, estas resmas de Pinocho. En la casa, tenían Chemita y Francis un pequeño tórculo manufacturado y con él encuadernábamos tebeos por las tardes. Y escuchábamos discos de Cat Stevens (de sus hermanas, Stella y Tata) y merendábamos (¿Cómo se escribiría ‘Geles’ o ‘Jeles’, el nombre de Angelines, madre?). Y con Francis iba a ver programas dobles al Bretón y al Avenida, y a Cantabria. Tenemos fotos hechas por Tachín, en la piscina. Vendrán luego poemas a su hijo Francisco –“Francisco frente al mar”, memorable-, al que ve y en el que se ve el propio Francis, como una suerte de doble.
Me asomo, en fin, entre versos, a la calle. Veo Logroño, el “Logroño postal”, uno de los poemas claves de este trabajo manual y espiritual. Una ciudadela como heredada de los sonetos azconianos (“Tristeza para una tarde de lluvia” o “Domingo ciudadano”) y de Iglesias, sobre todo, Roberto: su Max Extrella en estas manualidades. Roberto –un verso suyo editorializa este Papel– fue su capitán por el subsuelo poético de la urbe. Y su lazarillo, ‘Sur’, el perro de Francis, que también tiene poema: “Un optimismo ciego”, título, gag, que es otro verso. Logroño: «provincial encrucijada», y Francis, su «quimérico inquilino». De las ‘trincheras’ nocturnas de la Continental y del Maltés.
Yo, que no fumo, me ha durado Papel Pinocho, una larga calada al café. “Papel Pinocho” es, por fin, el poema que cierra el poemario y del que nada avanzaré. Pues tampoco se puede ir más allá de lo que Francis dice. Ni una palabra más, que no sea suya. Y hasta me han salido párrafos, que no me salen nunca. Me he debido quedar como estrófico.