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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

La pesadilla de Epi

Ya no nos acordamos de ese detalle, pero los españoles ingresamos en Barrio Sésamo antes que en democracia. Por sólo diecisiete días, pero antes. Y me atrevo a decir que lo primero ayudó a lo segundo. Sobre todo en la franja de espectadores –los que éramos niños entonces- que, con los años, nos iba a tocar mantenerla y gestionarla. La democracia. Cuidar de su barrio, vaya. La primera emisión de Barrio Sésamo en España fue el 3 de noviembre de 1975, lunes, como una sección del programa Un globo, dos globos, tres globos, que había empezado incluso antes, en 1974. Con lo que, antes que en la democracia, los niños habíamos ingresado en los guiones de Lolo Rico y en los versos Gloria Fuertes, autora de la letra de la sintonía del programa, en la que se cantaba aquello de que los globos se dormían y que la luna era uno de esos globos que se nos habían escapado. Y la tierra también, pues «es un globo donde vivo yo». Correcto. Y de esta manera aprendimos, a tierna edad, cuál era nuestro lugar en el mundo. Y nos hacía mirar para arriba. Asociando globos con lunas, en fin. Llamadme cursi, pero es la mejor de las globalizaciones que yo he conocido. La segunda mejor -de hecho, una suerte de cuarto globo- sería La bola de cristal, también de Lolo Rico. Aquella bola era otro globo que se nos había escapado. Nos pilló ya en 1984, con otra poetisa, gótica esta vez, Alaska -cuyo pareado «Esta bola de adivina/ pone música divina» podía haber firmado la Fuertes- y un gobierno socialista. En menos de dos semanas desde aquel primer Barrio Sésamo en España (seis años después que en Estados Unidos, 1969, motivo del aniversario que se celebra ahora globalmente), moría Franco. Y la laralá, laralá, laralá, la, la, la, laralá, la, la, laralá… Entre la pedagogía, la poesía, el humor inteligente, el surrealismo y la modernidad de globos y bolas los niños españoles estábamos ya hacía un rato en otra órbita. Más allá de los últimos fotogramas en blanco y negro del tardofranquismo. No en vano, y al hilo de lo de «un cuento, dos cuentos, tres cuentos» de la sintonía, Barrio Sésamo se estrenó aquí al principio con el título de Ábrete Sésamo. Y vaya que si se nos abrieron cosas. La mente, por ejemplo, mientras merendabas. Era muy de agradecer por añadidura –y esto fue fundamental- cómo sus personajes, Coco en concreto, nos instruía en el uso preciso de los términos fundamentales para orientarse en la vida: arriba y abajo, lejos y cerca, izquierda y derecha. Se echa muy en falta ahora esta instrucción, cuando coordenadas, ideas y palabras se confunden y malversan torticeramente, de una forma interesada. Y la desorientación reina. Y el mundo al revés. Cuando lo que se instala es el engaño generalizado. Fueron, desde luego, los teleñecos de Barrio Sésamo, parte básica de nuestra educación general básica e incluso de nuestro primer bachillerato. Y una muestra de que un buen humor infantil y juvenil no es sino la mejor versión del humor adulto. Y ahí entraban Epi y Blas, claro. Muy especialmente. Sus conversaciones nocturnas constituyeron uno de nuestros primeros teatritos semiadultos, una escuela de dialéctica, didáctica y duda sistemática. Cuantas noches maldormidas por preocupaciones o yo qué sé qué me he acordado de los desvelos y desazones de Epi, acercándose hasta el borde de la cama de su comadre Blas y despertándolo alarmado, porque le había surgido alguna duda conceptual o porque sencillamente tenía sed o le daba miedo la tormenta. Y las respuestas senequistas de Blas, que apenas podían tranquilizar a Epi. La sed, insaciable, por ejemplo, de Epi, era un pretexto para mostrar la insaciabilidad de la necesidad de saber, y de paso enseñar a sumar: un vaso de agua más otro vaso de agua más otro vaso de agua, suman tres vasos de agua. Y la diferencia entre el presente verbal ‘tener sed’ y el pasado ‘haber tenido sed’. Sus voces son inolvidables, con razón, porque la de Epi era la del doblador de Gene Hackman y la de Blas la del doblador de Al Pacino. Si cierro ahora los ojos y los oigo, aún me parecen más alucinante: como una secuencia loca de una película de Coppola. Hace de esto cincuenta años, cuarenta y pico en España. Hicimos la transición por las tardes, acompañados de aquella troupe de títeres de varilla. Y por eso me imagino a Epi desvelándose este lunes pasado, de madrugada, tras no sé cuántos años de sueño, y volviendo a despertar a Blas: «Blas, Blas, no puedo dormir». «¿Qué pasa, Epi?». «¿Qué ha pasado aquí, Blas? ¿Dónde está el perro Lucas?». Siento que, desde hace tiempo, venimos desaprendiendo algunas lecciones importantes de todo ese elenco, y que hemos descuidado el barrio de nuestra democracia. Y que hoy Epi duerme peor. Y que Blas ya no sabe qué contestar.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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