Se las habían guardado a mi tía en la taquilla del Monumental de Madrid: «Señorita Marisa Salas». Cuando se podía llamar por teléfono, a las taquillas, la del Teatro Monumental, de Madrid. Y te las reservaban. Las entradas. Señorita. Señorita Marisa Salas. «De Logroño», ponía también. Escrito el encargo a mano, con rotulador. Con letra de taquillera. En el reverso de la mía, que conservo. A su nombre. Una entrada de color morado. Localidad: fila 17, butaca 18, 19 de marzo de 1981. Mordida por el ángulo superior derecho. Un nuevo viaje con mi tía. ¡Buaahhh!: esta vez habíamos ido a Madrid ¡a ver Evita! Y a Madrid, capital, la ciudad como tal. A acercarnos, claro, en algún momento, al Congreso. Y al Hotel Palace. Lo sitios de autos de hacía sólo unas semanas. A ver si estaba todo bien. Porque había pasado el 23 de febrero. «¡Oh, qué gran circo, o qué gran show!». Era lo que primero que decía/ cantaba nada más aparecer en el escenario, del Monumental, el Ché: Patxi Andión, uniformado del Ché. Yo, por lo menos, iba a verle a él, a Patxi Andión, el del maestro y el Rastro, que oía en la megafonía del internado en la Laboral. Una, dos y tres; una, dos y tres; lo que usted no quiera para el Rastro es. Aquella voz de juglar rabioso. Y el que se había casado con Miss Universo, jo qué tío. Iba a ver al Ché más que a ver a Paloma San Basilio, Evita, con estar la San Basilio maravillosa, maravillosa, y cantar lo de «No llores por mí, Argentina» que te caías, en aquel pedazo de balcón de la Casa Rosada, en aquel pedazo de escenografía, en el escenario del Monumental. Con el foco del cañón cerrando sobre su rostro. A primer plano. Madre mía. Pero claro, entonces, con veinte años, lo que te apetecía era lo del Ché, que entraba de aguafiestas, a fastidiar la función: «Yo vuelvo para contar todo lo que hizo mal», advertía, de primeras, al público. Lo que había hecho mal la Santa Evita. Era un poco, el Ché, el Judas de Superstar, que conocía al protagonista y lo amaba y lo odiaba, y conocía los puntos flacos del mito, y su condición, su servidumbre actoral. Pero vamos, que el Ché… pues no sabías muy bien, la verdad, quién había sido el Che; pero como tampoco sabías, lo que es saber saber, quién había sido Evita. Evita Superstar. Para mí Evita era Nacha Guevara. Era una Nacha Guevara. Tenía el single con el tema principal cantado por ella. Como el Ché: Guevara. Cuando ya el Ché no lo hacía Patxi Andión, al cabo de un tiempo, lo haría Pablo Abraira; en gavilán, que no paloma. San Basilio. Mi tía miro que fuera Patxi Andión el Ché, cuando fuéramos. A poco lo hubiera sacado Tejero del Monumental, a punta de pistola, hacía sólo unos días. Y es que «En el fondo de la alta sociedad, yo detecto animosidad» alertaba el Ché, admonitorio. Patxi Andión, más ronco e irónico que nunca metido en una fiesta de militares, los que no tragaban a Evita. El Ché de la función no es que no tragara a Evita. Le interesaba como personaje del santoral, como opio del pueblo, como actriz. De hecho, el Ché contaba a Evita y a todos los actores del drama: al tangista Magaldi, a Perón, a la amante de Perón. Era nuestro enviado especial en el drama. Y el corifeo. La canción de la amante a la que Perón daba puerta fue siempre la que más me gustó: «¿Y ahora qué?» preguntaba ella: «Otra maleta, en otro portal», le respondía el Ché, ronco de los puros y de Andión. «¿Y ahora qué?» insistía la mujer, con una abrigo de piel sobre los hombros, conmovedora Monserrat Vega: «En tu marco, pon otra postal» le insistía el Ché. Y luego montaba una manifestación en escena, «¡La nueva Argentina. Empieza la revolución!» proclamaba. Y caían del telar pancartas con «¡LUZ Y FUERZA CON LA FÓRMULA DEL PUEBLO!». Al mismo Franco contaba el Ché. Cuando Evita conoce al dictador y España. Y peta las Ventas: «Es más atractiva que Franco. Es natural». Este Ché sabía que venía a hacer de conciencia, de descreído, de tocapelotas. Y eso era muy agradecido dramáticamente. Era un entrometido. Y Patxi Andión estaba incluso por encima del personaje: «Perdona, Evita, esta última intromisión» le cantaba al final, cuando le toca despedir su cadáver. Y cerrar la fábula. Y ahí se notaba que le guardaba un respeto a la Santa y que –con todo lo sardónico que quisiera ponerse- la compadecía. Y cómo contaba Patxi Andión esa conclusión –fatalista, sentencioso- revelando que con el dinero recaudado para hacerle un panteón no llegó más que para el pedestal, y que el cuerpo desapareció durante años. Y nosotros, llorando ya por Paloma San Basilio y por Argentina, desde la 17 del Monumental. Era de Madrid Patxi Andión, pero en el folleto de la función se comenzaba así su ficha «Nace vasco».