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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Snuff

Las películas snuff son un “género” cinematográfico fantasma. Quiere decirse que no se ha certificado su existencia material, las películas, pero rula el supuesto: filmaciones de actos de tortura o asesinato no simulados, reales, provocados para su filmación y posterior distribución clandestina. Snuff, snuff out, tiene que ver con extinguirse, con apagarse, con morir. Sí se han hecho falsos snuffs –tan veristas, algunos, que han merecido persecución judicial– y películas de ficción que tratan sobre el snuff. Una de las más interesantes es española, fue un gran éxito de taquilla y supuso el debut en el largo de Alejandro Amenábar: Tesis (1996). Sin embargo, lo snuff, aunque no cuente con un repertorio de películas constatable, dentro del cine, cuenta con infinidad de horas en abierto en los informativos de televisión. Como lo pornográfico no es exclusivo de las películas pornográficas –éstas sí, con un repertorio propio– y podemos encontrarlo en horas y horas de programas rosa oscuro casi negro. Hay incluso una pornografía que es asexuada, que es verbal, ideológica y que tiene su nicho en algunas tertulias, en algunos asaltos parlamentarios, en algunas pendencias sectarias y en algunos realities y magazines. Cada día, desde hace décadas, consumimos muerte en directo en prime time. Y ha habido también testigos oculares convertidos en involuntarios operadores de una especie de snuff movies. Quizás la más célebre –la hemos visto, precisamente en la televisión, en muchas ocasiones, aunque no siempre completa– es la película del asesinato de John F. Kennedy, filmada in situ con una 8 mm casera por Abraham Zapruder. El presidente no fue asesinado para que lo filmara Zapruder y se lucrara con ello (aunque los conspirativistas igual opinan que sí, o que la hizo Kubrick y JFK sigue vivo). Y eso, por supuesto, la distingue radicalmente del snuff criminal, delictivo. Pero puso al espectador medio frente a la inmediatez, el detalle y el color –el color fue clave, el del vestido de Jackie y el de la sangre de su marido– de una ejecución real. Frente a la puesta en escena y obscenidad de un asesinato. No había simulacro. Pero es sólo un ejemplo de filmaciones que detallan la laceración, y que nos son servidas en la pantalla del salón o de la cocina. Convivimos con la espectacularización en tiempo real de la violencia extrema, con ‘la imagen cruel’, como la catalogaba Román Gubern dentro de las perversiones ópticas. Lo contaría, en fin, muy bien Bertrand Tavernier, nada más comenzar los años ochenta y la vídeo realidad: la fábula de un tipo con una cámara por cerebro, que filmaba en su deambular La muerte en directo, título de la película. El último de los registros que detalla –como pocas veces antes– el protocolo snuff de extinción y apagamiento de un ser humano, con resultado de muerte final y en directo, es la grabación por testigos presenciales del asesinato de George Floyd. El tiempo de su liquidación y del vídeo completo es el mismo: sobre los nueve minutos. Intervienen en él otras personas, camarógrafos de móvil, precisamente, que no pueden hacer nada por interrumpir la secuencia del crimen. Suma en la redes centenares de miles de ‘visitantes’ –ahora somos eso: visitantes de la realidad– en sus distintos montajes y ángulos. El vídeo lleva incorporada una locución que levanta acta forense del vía-crucis del asesinado: cuántas veces dijo Floyd que no podía respirar (16), el número del código policial (el 3) y el cronómetro de los hechos (en qué minuto habla por primera vez, en qué minuto llama a su madre, en qué minuto cierra los ojos, en qué minuto llega la ambulancia). Y aquí sí, sí. Se aprecia en Derek Chauvin el sadismo. No puede no saber que lo están grabando, varios móviles, a pocos metros. En directo. Y él no suelta la presa. Es sadismo de exhibición. Intensifica el aplastamiento que ejerce sobre Floyd. Con la rodilla. En jarras, como si estuviera domando lo que para él es un animal. Ha cazado. El verdugo se reafirma. Esto le pone. Minuto tras minuto. Causando la quiebra, el estertor. Sabe que saldrá en todos los informativos del mundo. Va a rematar. La escena de una rodilla supremacista asfixiando una cabeza humana, grande, de ébano, hasta el snuff. También fue clave en este caso el color. De la piel. Y también hubo pornografía: la actitud de Trump.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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