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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Verde Corazón

A mediados de los años 50, meseta áurea del technicolor en el cine y de la explosión cromática de la publicidad en revistas y vallas, o en la moda, una empresa de New Jersey comenzó a desarrollar muestrarios de color destinados a las empresas de cosméticos. La empresa se llamó, se llama, Pantone. La multiplicación, ya por entonces exponencial, de imágenes y objetos y de los envoltorios o pantallas que los contenían demandaba un catálogo, un código de color que ayudara a distinguir y, sobre todo, a caracterizar e identificar un producto o un rostro. En este sentido, la superficie de un rostro, en su extensión y accidentes, constituye el más delicado y sensible mapa identitario, y por ello Pantone editaba, de una forma gradual y ordenada, hábil para su aplicación, la paleta de referencias que las marcas de maquillaje ofrecían para fabricar la máscara, distintiva en cada caso. Teniendo en cuenta, además, el tamaño que la piel humana o la textura de las cosas iba adquiriendo, entre otros factores (o Max factores), por las dimensiones del cine y, en general, por el espectáculo del mercado. Y desde la creación de Pantone, a los colores les sustituyeron los números de Pantone. Una numerología que distinguía entre varios tipos de rojo, o de azul, por ejemplo. O de verde. Como los esquimales ya eran capaces de distinguir no menos de treinta tonalidades de blanco, inventado así la pantología antes que Pantone. Alberto Corazón (1942-2021), en 1985, sólo tres años después de que la región obtuviera su legitimidad estatutaria, creyó que La Rioja –es decir, la Comunidad, su territorio, su Gobierno, su Administración– era una cuestión de tonos de verde. Entre dos Pantones próximos: el 354 para la bandera y el 341 para la institución. Corazón distinguió entre el verde de nuestro fondo forestal y vegetal, al menos dos franjas, una algo más tupida, la institucional genérica, y otra más clara, la de la enseña. Ese Pantone bitonal en verde sería, a partir de entonces, nuestra tela de fondo, sobre la que empezar a estampar los elementos que fueran formándonos, en cuanto a servicios, espacios, directorios, dependencias, papelería, obras, etc… Todo aquello, en fin, que integra la autonomía de una Comunidad, de la que la llamada ‘identidad corporativa’ es su señal, su Manual de señales, su paleta de signos. Una paleta que es tipológica y política, en tanto tiene que resultar práctica y útil para la Comunidad que se considera autónoma. Corazón ideó en 1985 nuestra imagen con el deseo de que ese verde –y cito por el Manual– formara parte de «una gama con la mayor definición y capacidad de respuesta posible, es decir con el mejor rendimiento». O sea, un verde democrático. Y como todo lo democrático, desde el mismo momento del proyecto de Manual, que él siempre consideró un «encargo inicial», una «propuesta», algo no concluido. Como no se concluye una imagen. Ni se da por cerrada una democracia. Pero, de entrada, nunca podemos prescindir de un programa. Y lo que Corazón deseó para el programa de La Rioja, poniéndolo blanco sobre verde, nos vale también como autoexigencia innegociable para la democracia. Y sigo citándole: disciplina en su implantación, afrontar nuevas demandas, gran espíritu creador, ampliar sentido y campo de aplicación. Y que la identificación por el ciudadano de las acciones de gobierno «genere una actitud solidaria, comprensiva y razonablemente crítica, que mejore la gestión de nuestro patrimonio común». Alberto Corazón era, además de un investigador gráfico, un poeta. A la poesía le condujo la investigación gráfica. Y esa misma poesía le hizo perseverar en la investigación. Su obra artística, ­–que abarca lo gráfico, lo pictórico y lo escultórico– más allá de este Manual o de los muchos logos que diseñó, suma una secuencia poética, muy vinculada a la agrimensura de la memoria, del tiempo, de los lugares, de las palabras, del pensamiento, de las estaciones. Tuvimos suerte de que Alberto Corazón nos incluyera en ella.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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