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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

El Rastro del golpe

Ya es tradicional, en el calendario de nuestra intrahistoria, el dedicar cada 23-F a buscar secretos sobre el 23-F. Como para otras fechas se hacen rosquillas, se monta una romería o se bendice algo. Llegado el 23-F, periódicos, tertulianos y ciudadanía en general nos dedicamos a un concurso de ingenio y conspiromanía. Desde el punto de la mañana. Raro es que te encuentres con alguien, en el café o en el semáforo, que no ha desclasificado una ocurrencia o una teoría al respecto. Y al final de la jornada, si sumáramos todas las verdades ocultas sobre lo que sucedió, aquel día de autos (más bien de autobuses, pero ahora voy con eso) no hubiera habido 23-F suficiente para darle salida a todas. No hubo tantas horas para tantas tramas. Ni horas, ni… gabardinas, ni coches de línea, ni figuración, porque la asonada anduvo muy corta de utilería: apenas unas gabardinas de segunda mano y una flotilla de buses gripados. Todo comprado con la herencia de una tía lejana. Esto es lo que se ha sabido por los “extras” de la edición especial de la efeméride, en su cuarenta aniversario. A mí, de todo lo oído hasta el momento, me parece el relato más verosímil. No hay secreto de Estado que pueda desbancar en verosimilitud a este cordel de patetismo y esperpento que anuda la rebotica del golpe. Además es que todo casa. El tercer acto de la función con el primero. La épica de aquel asunto era de un baratillo subido. Fue una operación con logística del Rastro. Literalmente. Ahora se entiende. Tú ves ahora a aquel Tejero encajándose el tricornio de don Friolera encaramado a la tribuna, con el pistolón en ristre y vocingleando al hemiciclo con voz de Tejero, y cada detalle se corresponde y encaja con el sumario de los antecedentes, que este martes desgranaba la prensa (véase El País del día). Por lo que se cuenta, cuando la cosa comienza a alucinarse con elefantes blancos (como en Dumbo, pero blancos en vez de rosas) Milans le dice a Armada que Tejero es imparable. ¿Y cómo se explica lo “imparable” de Tejero? Pues está claro, y nada tenía que ver con erradicar de España el marxismo, sino con intentar buscar un desenlace honorable y doméstico para una novela que ya había ingresado hacía rato en otro genero: una cadena de episodios bajunos de una sordidez tan refinada que no le encuentro parangón más que en el folletín, en el sainete o en la crónica negra. Tema para Carrere, Mesonero Romanos o Neville. Ahí es donde el coronel Antonio Tejero pilla personaje. Y serie. Cómo iba a parar al final un tipo que –resumo la secuencia episódica– había llegado hasta allí tras –y aquí se sustancia el motivo del tejerazo, el tejerazo es esto, saldar, redimir esto– haber tenido que falsificar, en capítulos anteriores, la firma de su propia esposa para comprar con los tres millones heredados por ésta de una tía fallecida más tres pagas que él, por su parte, pide adelantadas, seis autobuses de tercera y engañar al abogado que va a gestionar dicha compra asegurándole que dichos autobuses son para una familia vasca que quiere, de esta manera, invertir por evitar el impuesto revolucionario ­–¿quién da más?, pues no acaba aquí–, y que luego, de cara a meter, medio disfrazados, en los buses a 288 números de la benemerita se va –cabe suponer que con algún excedente del montante de pagas y herencio– a comprar al Rastro madrileño tantas gabardinas como números, mientras que, entretanto y durante semanas, se ha dedicado a merodear por los exteriores del Congreso haciendo fotos (¡eso tendría una Exposición!) de sus puertas y ventanas, y que cuando –te quedas sin respiración, no hay escritor que vaya más lejos– le ofrecen un avión para salir del lío (del Congreso, del país, de la novela) dice que ni hablar, no por la honrilla de no salir huyendo, sino porque se marea en los aviones. Imparable. Llega un momento, claro, en que es insuperable el vértigo de recordarte regateando precio para comprar unas gabardinas de saldo para salvar España. Esto sí era el secreto inconfesable del 23-F.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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