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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

La parroquia del cine

Un año antes de cumplir la mayoría de edad, conocí al mismo tiempo a Pasolini y a uno de los hermanos Gil de Muro. Los fraternos de Arnedo figuran en mi historial de cinéfilo con anterioridad a los fraternos de Lyon. Me refiero a Santiago: don Santiago, durante años y sesiones. Hablé de cine con él por primera vez el 11 de mayo de 1978, jueves. En cosa de cine, los jueves, siempre milagro. Lo recuerdo porque lo tengo apuntado en un cuaderno de bitácora de espectador adolescente: «Primera conversación de cine con don Santiago». Yo venía fogueado de un Cine-Club de Universidad Laboral, la de Cheste –con catorce, quince años: Ford, Melville, Welles, Chabrol, Donen, Huston o Fernán Gómez, para abrirnos los ojos, incluido en el tramo el fin del régimen franquista– y sabía que don Santiago, en Logroño, tenía en lo del cine… predicamento. En la Gonzalo Berceo, sería en los ciclos con Filmoteca Nacional u otra misión de arte y ensayo, habían puesto algunas películas del director de Acattone y de El Evangelio según San Mateo. Qué más quieres para entrar en la edad y en el cine adultos. Pues fue a la salida de una de Pasolini. Meses después, don Santiago ya me había comprometido para estar, en calidad de alevín cineclubista, en una campaña que respondía precisamente al eslogan “Ojos nuevos para el cine”. En la ‘casa Lumière’, en la que recibía don Santiago, entraría yo al año siguiente, en el curso 78-79. El Lumière era un Cine-Club creado bajo la advocación de los santos inventores, con sede en el Salón de Actos de la Escuela de Magisterio. Ahora le guiño todas las mañanas uno ojo a su mítico proyector OSSA, cuando atravieso el hall del Edificio de Filologías, donde ha quedado trasplantado como algo que ya no puede ser sino un monumento a don Santiago. Su plaza. Incluso descubro su linterna por ver –aún quedan­– restos de ceniza de los carbones; la ceniza de tanta película con la que me crucé la frente de espectador, de individuo pensante. “Presentar películas”: don Santiago las presentaba como una operativa, o como los hechos de los apóstoles. En un púlpito con toma de tierra, conectada, en concreto, al pasillo del patio de butacas. Una encíclica de Pío XII, a finales de los 50, había encomendado a diocesanos de todo el orbe, entre ellos don Santiago, miranda prorsus en pos del “Film Ideal” (sic). Luego, la materia es la que manda. Y la materia era el cine, un nuevo testamento de lo humano y lo divino. El testamento del siglo XX. Me interesaban mucho las presentaciones de don Santiago. Lo que contaba me daba que pensar cuando veía la película. Me advertía de algunas puertas que, de no andar sobre aviso, es que no las ves. Nunca me condicionaron, ni me entorpecieron la visibilidad. Era, de hecho, como ver dos veces la película. Santiago ­–ya al cabo de muchos ciclos, de cine y de tiempo; Santiago hasta hace sólo unos meses en que aún lo pude visitar en su casa– se las preparaba en fichas que conservó siempre. La primera que le oí presentar en el Lumière fue Deliverance, la del duelo de banjos. Recuerdo a Santiago en su casa. Una tarde calurosa de verano, metiendo en cajas él y yo las colecciones de libros y revistas (Film Ideal, entre ellas) que iba a donar a la Universidad. Mano a mano, con dos cervezas frías. Se había hecho una pequeño rincón en su despacho, para seguir viendo cine. En la penúltima visita me prestó una película: Contemplación (2016), un hermoso docudrama sobre la mirada interior, la del escritor, profesor y teólogo John Martin Hull, al que le sobrevino la ceguera poco antes de que su mujer diera a luz al primero de sus cinco hijos. Tras verla regresé, conmovido, a devolverle Contemplación. Y allí seguía Santiago, día a día, y película a película. Pudo llegar a pensar en algún momento –y así me lo comentaba en esta visita última, con tanto humor como serenidad– que quizás le sobraban ya días. Pero nunca películas. Quiso que en su esquela apareciera esta frase: «Voy a la luz, a la vida, al amor», con lo que dejó de ser una esquela para convertirse en el anuncio de un próximo estreno.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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