No sólo no es posible borrar algunas palabras, sino que incluso su doblaje se resiste, y hasta su subtitulado, que en ocasiones –y es el caso al que me referiré– replica el doblaje. El solapamiento a otro idioma de las voces originales de una película se convierte, con el tiempo y sus reediciones, en un eco, indeleble. Y éste reverbera con la puntualidad de un reflejo condicionado. Es un recordatorio que nos asalta, y que nos hace sospechar si el original no será, paradójicamente, una versión accesoria. De forma y manera que es la suplente y no la original la que tiene retorno. Ya decía Borges, agudizando el rango de esta paradoja, que El Quijote de Cervantes era una estimable traducción del inglés. El poder de lo narrado oralmente es muy grande, la imprimación de lo que escuchamos. Un ejemplo: cuando hace no mucho se realizó en España una nueva producción teatral de Sonrisas y lágrimas y osaron modificar la traducción del “Do-re-mi” para acercarla al texto original, recibieron un chorreo de protestas de público defraudado, porque su recuerdo de la letanía mítica no encajaba con la remodelación. Qué era eso de que el ‘do’ no fuera trato de varón ni el ‘re’ selvático animal. Sólo faltaba, qué insolencia, que hubieran retitulado el musical El sonido de la música, que era como de verdad se titulaba. Pues, en el mismo tenor, es curioso como en My Fair Lady, que pasó La 2 este lunes por la noche, no ya sólo en el doblaje con el que se emitió, sino ¡incluso en los subtítulos! si programabas el audio de la versión original con el mando, la lluvia seguía siendo en Sevilla una maravilla y no en España, como escribiera el libretista en el original (The rain in Spain…, que rimaba, claro, y con gracia, porque Eliza Doolittle pronunciaba mal los diptongos). Por no mencionar que en ninguno de los dos sitios, ni en Sevilla ni en España, era tal ‘maravilla’ la lluvia sino que, atendiendo a lo que realmente decía el profesor Higgins, se limitaba a posarse mansamente sobre la llanura. De hecho, en Sevilla, las precipitaciones no son ni infrecuentes, pues la ciudad tiene un promedio de cincuenta y dos días de lluvia al año. Esto, en My Fair Lady, que es una comedia sobre las palabras, su aprendizaje, su estilo, sus usos (sociales y emocionales) y sus múltiples sentidos. ¿Qué habría dicho el lingüista Higgins de esta lluvia deslocalizada? ¿Y del resto del doblaje de la película? ¿Y de cómo los subtítulos en español, al menos en el pase televisivo, siguen sin traducir el original sino que mimetizan el doblaje de 1964? No obstante hay que decir que la propia película era un caso de doblaje a varias bandas (sonoras), pues ya la voz de Audrey Hepburn –que a su vez había sustituido en el papel a Julie Andrews, quien fuera Eliza en Broadway– había sido suplantada en inglés por la de la soprano Marnie Dixon. Y en la versión en español, la de Marnie Dixon sería doblada, en las canciones, por la cantante zaragozana Teresa María. Y la Hepburn por Rosa Guiñón en los diálogos. Hay tres o cuatro grados de separación, ya he perdido la cuenta, entre el original y lo que se escucha aquí. Y es que el doblaje en Sevilla es una maravilla. Pero, en fin, regresando a nuestro mapa del tiempo, ponte a estas alturas a desmentir que la lluvia no es una maravilla en la capital Hispalense, cuando es algo que tenemos incorporado a nuestros adagios básicos. Y al pronóstico del tiempo. Y es un honor, de todas maneras, que Eliza comenzara su perfeccionamiento fonético con la lluvia sevillana, o española, mucho mejor que la llovizna gris de Covent Garden, con la que comienza la película; y mejor que la gripe, también ‘española’, que al poco llegaría al Londres eduardiano. My Fair Lady también fue íntegramente doblada a otros idiomas, con consentimiento de la Warner Bross. Y así, en Italia, nuestra lluvia se extinguió hasta salir rana el verso, pues –traduciendo– lo que se decía era que «La rana en España croa en el campo». Una ‘peora’, como hubiera pronunciado Eliza en su etapa de florista de la calle.