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Bernardo Sánchez Salas

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Población: 400 millones de armas

El asesino más conocido de Texas era un tipo con una cara cubierta por una máscara de cuero y que blandía una motosierra como artefacto homicida. Era un tipo en blanco y negro, sin rostro visible, maltrazado con una chaqueta americana, una corbata mal anudada y una camisa manchada de sangre gris, como la que se iba por el sumidero de la ducha de Psicosis, un simulacro de sangre. Tenía aquel estrafalario el aspecto de un espantapájaros dando tumbos. No hablaba, sólo rugía como un monstruo enfadado. Era un carnicero de teenagers, adolescentes de los que –en los cines o en los drives-in de los pueblos de la América profunda (una profundidad que en ocasiones comunica con la sima de lo siniestro)– se divertían viendo pelis de serie ‘B’, con zombies y muertos vivientes –todo de guardarropía– mientras se magreaban. En concreto, el estado de Texas está inscrito en el conocido como “Cinturón de la Biblia”, radicalmente intransigente en lo religioso y moral. Territorio Trump. Jóvenes que luego serían reclutados para Corea o Vietnam. Sendas guerras compondrían el programa doble que vendría a sustituir a una de aquellas sesiones con una de miedo y otra bélica, o una comedia y otra de platillos volantes. Vietnam, por cierto, sólo comenzaría a ser contestado socialmente en Estados Unidos cuando llegó la televisión en color y se vio el rojo de la sangre real de los hijos despezados en combate. Y no sólo una sombra gris expandida sobre el uniforme. No sólo sangre de serie ‘B’. No sólo muerte inofensiva, o violencia de fogueo. ‘Cara de cuero’ era, de hecho, uno de esos personajes típicos de cine ‘B’ o ‘Z’; diríase que egresado de aquellas películas de miedo con la que tanto se divertían los jóvenes para vengarse de estos en su propia carne fresca. En cierto modo, era el heraldo de lo real-exterior a la fantasía cinematográfica. La laceración era real en paralelo a sus vidas. Menos ajena de lo que pudieran ni imaginar en la oscuridad de una sala. Una motosierra operaba materialmente fuera de las pantallas de los cines. Y el país estaba habitado por millones de armas en cartuchera, munidas por el miedo al otro y la defensa del rancho. El arma es el fetiche, la herramienta, el mito. Y armas llaman a armas. Y la ratio es en América más de un arma por persona. Son cuerpos armados. Como ‘Armadura corporal’ ha definido la policía a Salvador Ramos. Hasta en el cine se coló hace meses una bala de verdad en un arma de atrezzo, con resultado de muerte. ‘Cara de cuero’ y Norman Bates estaban basados en un asesino real, Ed Gein, al que superaron en celebridad e iconografía, pero sólo se le acercaron en el horror de sus actos. Ambos emblemas del cine de terror son personajes, películas. Son ficción excepto la pesadilla que contienen, de la que siguen siendo vehículo y síntoma. Las pesadillas son siempre de verdad. Y esta semana, la pesadilla, en su versión más exacerbada, ha vuelto a emerger de lo profundo, de donde se rearma el mal. ‘Cara de cuero’ existe en Texas. Pero ya no se cubre la faz con un pellejo con ojales porque detrás se oculte una masa de carne informe. No: es un Narciso. ‘Cara de cuero’ es ahora, a la inversa de antes, el teenager, el joven de físico atractivo, conectado a las redes sociales (y letales), mirándose en el espejo de su móvil; que nada más cumplir los dieciocho ha bajado a la armería de la esquina y se ha comprado un arsenal con una capacidad destructiva indecible y se ha ido en su coche, tras disparar a su propia abuela, a masacrar su antiguo colegio al grito de «¡Van a morir!». Y a dejar una orla de 19 niños exterminados. Niños como él, hace no mucho. Los personajes de ‘Cara de cuero’ y de Norman Bates han tenido muchas secuelas en el cine. Pero la más criminal de todas las secuelas la patrocina la sociedad real y sus monstruos  crónicos, internados. El fondo oscuro que alimenta a un Salvador Ramos. Es posible que hasta familiares de los niños asesinados también tengan en su casa un arma de fuego. Al final de la películaLa matanza de Texas (1974), ‘Cara de cuero’ se hacía una herida en la pierna con su propia arma y rabiaba furioso. Esa autolesión personal se expande a lo social, generalizando la tragedia y mercado –las armas han subido en bolsa desde el martes– de la muerte.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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