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Bernardo Sánchez Salas

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Dedicado a la afición

Se acaba de inaugurar en el Ayuntamiento de Logroño una Exposición sobre el amateurismofotográfico y cinematográfico locales, entre el XIX y el XX, los siglos de la impresión fotogénica y cinemática de las cosas, los seres y los días. Es bella, sorprendente y divertida (por lo diverso de sus asuntos). Y libérrima en su óptica, en todos los sentidos de ‘óptica’: en cuanto a lente y en cuanto a mirada. Cualquiera de las imágenes expuestas transmite la verdadera razón y el verdadero objetivo de la colección; la auténtica naturaleza de la afición, que no es solamente una naturaleza fotográfica, sino una afición por la vida. La forma en que los fotógrafos y los cinemistas –preciso término que vinculaba a cineastas y alquimistas– editados en la muestra curiosean y registran gráficamente su entorno logra reflejar una afición apasionada, amateur (es decir, amatoria), por el espectáculo de la vida alrededor. De modo que su trabajo viene a recordarnos lo que –cuando mejor– somos: aficionados de la vida. No siempre encantados de la vida, pero siempre afectuosos (y afectados) por ella. Amantes de ella. Trae al hilo Ricardo Romanos la siguiente idea en la cita de Baudelaire con la que encabeza su precioso texto en el catálogo: «Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar». Necesitamos, sin duda, esa afición, ese sentimiento, o lo que sea, que nos apega. De hecho, ese apego tiene mucho de hecho fotoquímico y de contacto fotográfico. La copia, en papel –ciñéndonos a la era analógica en que se produjeron las fotografías de la Exposición–, es esa carne extraña sobre la que se estampa el olvido de que nos provee la huella de luz. Sí, se puede decir que ese algo ‘desaparecido’ en que, según Roland Barthes, consistía lo fotografiado es algo también olvidado, ¡pero nunca borrado!, solamente evacuado, transferido: reencarnado. La fotografía y la cinematografía, en manos de aficionados, son un modelo de aprehensión de la vida, sin prejuicios y sin miedo. Y de inteligencia de las cosas de la vida, pues supone discernir a cada instante e instantánea qué es y qué no es ‘motivo’ (fotográfico, se entiende), como les decía Godofredo Bergasa, amateur de casi todo, a Rafael Azcona y a sus amigos (en el catálogo se cuenta). Aunque muchas veces si es o no ‘motivo’ se descubre después de disparar. Yo diría que somos –en mayor medida– mucho más aficionados a la vida que profesionales de la misma. Las posibilidades de fracasar siendo –o considerándose– un profesional de la vida son mucho mayores que la de pasar por ser un simple aficionado de la vida. No me refiero a ‘pasar’ de cualquier manera, con inhibición o indiferencia, sino reconociendo el usufructo limitado de la realidad, sobre todo del tiempo, que es el que género que manejamos (nosotros y las cámaras) con mayor dificultad y sin éxito en muchas ocasiones. Los únicos profesionales, los únicos artesanos del tiempo, son los relojeros; familia, por cierto, de Jesús Rocandio –comisario de la Exposición– y quizá por eso él dedicado a la fotografía mientras sus hermanos están dedicados, al reloj y, en general, al ojo por dentro y por fuera. Y por lo que se inventaron las imágenes, fijas o en movimiento. Por detener en la escritura con la que la luz revela la expresión de las cosas, una fracción de tiempo a la vez olvidada y fijada. Esa paradoja. La afición a la que remite la Exposición consiste en una acción de indagar qué y quién sucede, qué y quien tiene lugar dentro del tiempo que les tocó, extendiéndose el radio desde lo doméstico hasta la Historia, desprendidos de la obligación, o de un uso aplicado. Por eso, en las fotografías y en las películas que se pueden ver aquí impera una mezcla entre desenfado, euforia y poesía. Una de las formas de afirmar la afición a la vida es fotografiarla.

Gracias, por último, a los aficionados a este Ojo. Nos volvemos a ver después de agosto.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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