O de dónde provinieron aquellos ovnis, dónde se generaron y qué planeta reinaría. Les recomiendo Ummo, miniserie en tres entregas (Movistar Plus +), escrita y dirigida por Laura Pousa y Javier Olivera. El pretexto es el caso (y El Caso) del supuesto aterrizaje en Aluche, en febrero de 1966, de una nave ummita; es decir, propulsada desde el planeta Ummo. Supuesto, igualmente. Pero no quisiera desvelar aquí el desenlace terrícola y español de lo sucedido o no, pues para quien no lo recuerde le sorprenderán las lecturas que con el tiempo va espesando y para quien, por generación, nunca haya oído hablar de Ummo ni del ingeniero Jordán Peña, su profeta y padre –en todos los órdenes–, pues van a alucinar. En ocasiones, los síntomas de lo más cercano, de lo doméstico, se explican por rodeos y excursiones que pueden llegar a alcanzar una dimensión astral. Porque son muchas las ocasiones en las que lo normal resulta ser lo más paranormal. La España de finales de los sesenta y principios de los setenta era como un exoplaneta en el que lo extraño de la prolongación de la dictadura, en medio de un cosmos modernizado, parecía manifestarse o metaforizarse a través de fenómenos tan bizarros como escapistas, que mantenían un alto grado de hipnosis social y política: rostros que aparecían en el suelo de una casa, cucharas que se doblaban ante las cámaras de televisión, respuestas que se pagaban a 25 pesetas, historias para no dormir, cabinas tumba, la eclosión del más allá (con sus estrellas y satélites) y una ola incesante de avistamientos de platillos volantes en los sembrados, a lo José Luis Cuerda (recuérdese, sin ir más lejos, en La Rioja, los artefactos de Igea o de Murillo, en el 65 y en el 68, respectivamente). Lo de Ummo pretendió dar un cuerpo científico a esta Serie B que arreciaba sobre nuestro solar y una continuidad intelectual en las camarillas parapsicológicas del país, que podían, por cierto, compartir perfectamente el subsuelo con la clandestinidad opositora el régimen, repleto también, de suyo, por alienígenas –como los aterrizados por el turismo (gran invento, como Ummo) o los ye-yés–; por nuevas superficies como los llamados polos de desarrollo –auténticas extensiones lunares donde se plantaban coches o refinerías– y por artefactos como los Scooters (¡La Scoooterlinea!, anunciada como “una auténtica jaca española”), los Seats, los Tele-Clubs y las cabinas telefónicas; además de otros electrodomésticos como transistores y magnetófonos (a veces, de contrabando). No digamos la bomba nuclear de Palomares, un clásico del mar de la intranquilidad, un episodio con el que no podía rivalizar ni elenco, vestuario o efectos especiales ningún tema de la ciencia ficción del momento; ni el mismísimo triángulo de las Bermudas. La excelente serie Ummo –que con los mismos ingredientes de que se sirve podría haber sido un gran falso documental– cuenta cómo la irrupción ummita operó y se fomentó al hilo de este tiempo raruno, en el que los españoles aún dudaban de los términos en que debían relacionarse con el exterior (y con su interior). Pero además, Ummo es una gran fábula sobre la figura del padre, sobre una especie de (por edad) alcantarismo narrativo derivado a la ufología como género subyugante y de fácil consumo familiar. Entre la protección, la sugestión y el control. No en vano, Laura Pousa fue guionista de Cuéntame. Ummo cuenta la historia de un padre, Jordán Peña, que a sus hijos, entonces unos niños –su hija, especialmente, es una protagonista de la serie, como una superviviente más de Ummo, y de la fabulística paterna–, les relata toda esta historia ummita, y por extensión al país entero, considerado –así lo confesó él mismo, ya una vez desvanecido el Ummo– un campo de experimentación sobre los límites de la credibilidad. La conclusión, en fin, que se puede sacar de Ummo es que hay otros exoplanetas, pero todos suelen estar en éste. Y que los ovnis no siempre son los otros.