«En el mar, al bordo de un navío. Después en una isla»
La tempestad, Escena I, Acto Primero.
Llevo toda la semana con la fotografía de la popa del Alithini II encallada en mi cabeza. Con la imagen de la cuña de su pala, sobre cuyo estrechísimo espacio han atravesado el Atlántico, durante once días, 264 horas y 4600 kilómetros exactamente, tres hombres subsaharianos, migrantes aunque polizones según la ley, huyendo –como más de dos millones de personas desde hace seis años– de la Nigeria de Boko Haram. A esa pala se le llama ‘la mecha’. Paradójicamente, esta mecha o pala o apéndice se encuentra cerca del timón, del rumbo: nada más lejos de este trío de desplazados. Sin rumbo. A la desesperada, a cementerio marítimo abierto. Resulta increíble la supervivencia a tan dramática travesía. No hago más que imaginar lo que hablarían entre los tres, el turnarse en las tres esquinas, el paso de las horas, las necesidades fisiológicas, el no comer ni beber, en medio de un ecosistema de sal y óxido, el viento enfermo golpeando en la popa, y en sus rostros. El grado de abstracción que se puede alcanzar, o más bien alucinar, o más bien delirar, sobre el tiempo y el mundo, y sobre tu propio cuerpo, no me lo puedo ni imaginar. Pues esta cuña del Alithini II constituye el pico del mundo actual, de su deriva. Su terminal. Y estos tres desconocidos la pieza clave de este mundo.
La fotografía es una foto mole, una foto ‘cabeza buque’. Lo que más impresiona es que ellos tres no parecen transportados, es que ellos no parecen ser llevados por el buque; sino, muy al contrario, parece que son ellos tres los que están soportando todo el peso del buque sobre sus cabezas. Que forman sus propias cabezas, como en trípode, la mismísima cabeza del buque. Parece que son ellos los que además de tener que soportar el éxodo tienen que aguantar un tanque de toneladas de petróleo sobre sus cuerpos. Y no sólo parece. Componen la figura de un hombre-buque. Engastado en acero. Desde que el miércoles se publicó la fotografía, la escena, la mecha, me pregunto qué habría hecho con ella Peter Brook. Quizá –pienso, por su perfecta idoneidad– una neo Tempestad de Shakespeare, versionada al día, con la pala del timón por toda isla y sus tres polizones como tres únicos actores, aunque podrían hacerse cargo y sobrecargo de todo el dramatis personae, el elenco de los arrojados a la playa por el temporal histórico: esta ‘neo’, igualmente, canción del pirata, del geopirateo, del macropirateo: el de las feroces guerras y los ciegos reyes. Son este extraño pasaje, de clase de mecha, tres espíritus del aire y del mar, y de los que ni conocemos sus identidades; tres Arieles, pero también tres Prósperos y tres Calibanes y un Trínculo y todos los marineros y todas las voces: el «cargamento de almas», en fin, como también los llamaría Próspero. ¿Y no podrían decir los tres supervivientes del Alithini II –quizás lo hicieran; Brook, desde luego, lo habría puesto en su boca– lo que el Duque legítimo de Milán, un Cabeza de Duque, recordando la odisea vivida a bordo del navío náufrago fletado por el bardo: «nos transportaron a bordo de un barco, que nos internó algunas leguas en el mar, donde tenían dispuesto el casco de una nave, sin aparejos, sin roldanas, ni velas ni mástil, que hasta las ratas habían abandonado instintivamente. Allí nos introdujeron para que uniéramos nuestros gritos a la mar que rugía en torno, y nuestros suspiros a los vientos, los cuales compadecidos, suspiraban a su vez, devolviéndonos los sollozos en ecos simpáticos»? Disculpen lo extenso de la cita, pero no quiero quitar ni una palabra a lo que, me imagino, pudo ser su declaración a Salvamento Marítimo, una vez en tierra. Una vez en Shakespeare: siempre puerto seguro.