La noche del 22 de febrero de 1977, un sábado, me acuerdo bien, España se quedó sin respiración cuando Lola Flores perdió en alguna junta del escenario del Florida Park, tras una pirueta de su marca, un pendiente de oro valorado –se supo luego– en un kilo. Pareja del que resistió el seísmo en el lóbulo gemelo. Total: dos millones de pesetas del 77 en pendientes, obsequio –reza la leyenda– de Cantinflas. El accidente fue vivido en directo –puesto que José María Íñigo, maestro del “directísimo”, era el anfitrión– por TVE durante la emisión de Esta noche… Fiesta, aquel magazineque tenía lugar en un punto mítico de El Retiro, que ya a finales de los setenta del siglo XX suponía el epígono de la España de las Salas de Fiestas, pero que en los cincuenta y en los sesenta había constituido una isla de copas y de trasnoche internada en un bosque habitado a altas horas por el Madrid golfo, ese que ardía, como en la serie de Paco León, con estrellas de los rodajes americanos o de las coproducciones o del mundo exterior (como cerca) en general; tal que una Ava Gardner, vaso de tubo en mano, como un dedo más, muchas veces acompañada, Ava, por Lola Flores, que era una danza del fuego, a todas horas, una embrujada perpetua (¿vieron ustedes Embrujo, 1947, de Serrano de Osma el viernes, en la 2? Puro asombro, ni soñada). Ya fuera en el Florida o en su casa. Me contaba Lolita un día que igual estaba durmiendo, la niña, y le despertaba su madre porque había venido a casa Audrey Hepburn, y por bailarle. Pues de pronto, a Lola Flores se le había caído un pendiente y había desaparecido en el subsuelo de un solar en cuyas capas geológicas quedaban trazas de Fernando VII, Isabel II, un balneario público, un café vienés y una boîte de posguerra. El pendiente, propulsado, estaría, así, atravesando el pasado de estrato en estrato, como atraído hacia el centro de nuestra intrahistoria. Es curioso que aunque se supiera –tiempo después– que el pendiente apareció tan cerca como al pie del escenario y esa misma noche, a mí me pasa que siempre dudo de que aquel pendiente imantado y telúrico apareciera realmente. Me pasa que lo sigo dando por perdido, por internado, aunque sabemos que no, que lo encontró doña Milagros Pérez, futura abuela de Gonzalo Sierra, marido de su nieta Elena Furiase. Que lo encontró una familia del futuro, vaya. Pero ya digo que yo veo más bien cómo el lugar de destino de ese pendiente una grieta abismal, y que lo imagino ya convertido en una perla o en una semilla. En energía fósil. El caso es que fue volar la joya e Íñigo ya le “debía” a Lola un millón. A los pocos años, también todos los españoles le “debíamos” una peseta, cuando lo suyo con Hacienda. Y es que los mitos, Lola Flores es uno mayúsculo, se sufragan. Los mitos salen a escote. La comunidad siempre está en deuda con ellos. Hay algo como sacrificial en la relación con nuestros mitos. De crowdfunding. Lola Flores fue la inventora del crowdfundingmitificador. Y nos hubiera tocado costear su pendiente o su deuda. Los mitos tienen un precio. Pero lo que pagamos es lo que significan: el vínculo, la unión con él y la cohesión entre nosotros. Eso significa literalmente la palabra “copla”, que ella practicó como nadie, sólo como ella misma (ella era también su propio partido, decía por los tiempos del pendiente perdido y la democracia recuperada). “Copla” viene de cópula, de atadura, de conjunción. Y la copla vienen uniendo a generaciones de españoles. Muchos de ellos, la han descubierto en democracia. De hecho, la copla, el folklore y el flamenco ahora mismo están ejerciendo una revelación y una revolución. Y hablando, al hilo u aro del pendiente sumergido, como algunas civilizaciones, la Lola Flores a la que yo me quedé acoplado fue la escultura egipciaca que le moldearon Saura y Alcaine en la prodigiosa Sevillanas (1992), al compás y luz de unas rocieras con pito y tamboril. Tres minutos monumentales, a los setenta años del mito. No hay dinero para pagarlos.