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Bernardo Sánchez Salas

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Soledades

¡Uno marchando, para Pérez Reverte!

 

CLIENTE.- ¿Me pone un café?

CAMARERO.- ¿Solo?

CLIENTE.- Sí, solo.

CAMARERO.- No, que si está usted solo.

CLIENTE.- Sí… estoy solo, ¿por qué lo dice?

CAMARERO.- No, por si espera a alguien más para pedir o…

CLIENTE.- No, no espero a nadie.

CAMARERO.- Ya, yo sólo pregunto… solo… con tilde, ¿eh?

CLIENTE.- No, no… yo quiero un café sin nada, solo-solo.

CAMARERO.- La cosa se complica: dos solos seguidos….

CLIENTE.- No, no me ha entendido: sólo quiero uno. Solo.

CAMARERO.- Espere, que es que estoy intentando adivinarle las tildes sobre las ‘os’, en el primer solo y en el segundo.

CLIENTE.- Perdone, pero ¿me lo parece a mí o me está hablando en cursiva?

CAMARERO.- En alguna palabra, sí.

CLIENTE.- Acaba de decir el “primer solo”.

CAMARERO.- Por manejar, de entrada, la idea, el concepto, sin acento. Es mi trabajo, trato de acertar, ¿sabe? Que luego los clientes se me quejan.

CLIENTE.- Pero quién es usted.

CAMARERO.- Yo antes me dedicaba a poner los puntos sobre las “ies”, en un despacho, pero era un lío y lo dejé para pasarme a la hostelería y ahora es peor. Sobre todo a la hora del café. Vamos a ir concretando, que estoy yo solo –en el sentido que decíamos al principio de estar sin nadie más– para atender toda la barra. Entonces: ¿estamos hablando con tilde o sin tilde? ¿Quiere un café solo con tilde o sin tilde? ¿Un café solo o sólo un café?

CLIENTE.- No lo había pensado. ¿Se puede pensar con tildes?

CAMARERO.- ¿Sabe qué pasa? Que como no le estoy leyendo, que sólo le estoy escuchando –este solo se lo acabo de decir con tilde, ya se habrá dado cuenta; ¡ah! y el este, por cierto, se lo digo sin tilde, porque lo uso aquí como demostrativo, no como pronombre, pero ésta, con tilde, es otra guerra, y cierro guiones–.

CLIENTE.- ¡Ah!, pues ahora que lo dice, yo antes me dedicaba al guion, sin tilde verá que lo estoy diciendo, pues desde que se lo quitaron y se dice guion y no guión, lo he dejado, porque ya no sé cómo acabar ninguno, dónde poner el acento final, que es lo que quiere el espectador.

CAMARERO.- ¡Cómo le entiendo! Me siento menos solo, sin tilde. Pues lo que le decía, que como sólo le escucho, con tilde, o como mucho le leo en los labios, no puedo estar seguro de dónde está usted poniendo la tilde.

CLIENTE.- ¿Pero cuantos tipos de solos hay en esta cafetería?

CAMARERO.- ¡Ah!…ya veo que hace como yo, que ya está utilizando solo en cursiva, para evitar el precisar si estamos tratando con un adjetivo o con un adverbio,  porque ahí está la cosa… Son mundos distintos.

CLIENTE.- Pues para evitar quejas en la oficina del consumidor, debieran poner bien claro en la pizarra, que además de café cafeinado o descafeinado, con o sin sacarina, cortado o con leche, fría o caliente o de soja, o bombón, en este establecimiento también se sirve el solo con tilde o sin tilde.  Como adverbio o como adjetivo.  Y sus precios respectivos.

CAMARERO.- Es que tienen sabores muy diferentes. El adverbio está más torrefactado y no hay que abusar, mientras el adjetivo es más natural.

CLIENTE.- Yo soy de mezcla.

CAMARERO.-  Entonces, ¿qué le pongo?

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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