José Luis me puso en mi siglo, que es como ponerme en mi lugar: el XVIII. Un profesor y con el tiempo un amigo es alguien que te facilita una tela de fondo sobre la que ensayar ideas y hacerte con una óptica. Más aún si te instruye en cómo pulir la lente. Eso que los del XVIII llamaban un Teatro crítico; el universal –hasta donde lo extendiera Feijoo (Benito Jerónimo)–, pero también nacional. Pues José Luis, en el Colegio Universitario, convertía cada clase suya de Moderna en un cuadro de ese teatro crítico, en el que iban desenmascarándose mitos, tópicos y verdades oficiales. Y era asombroso, divertido, excitante y didáctico. Y para eso, el XVIII, sobre otros siglos, se presentaba en España como el escenario clave, en el que las luces y la sombras combatían por teñir el discurso, el escenario y el poema. Sigo viendo mi nación, España, y nuestra historia, pasado y presente, a la luz (y luces, complemento metafórico de aquel siglo, pero material en lo que al genio ilustrado de José Luis se refiere) como un teatro de tensiones no resueltas, en la que sigue reverberando el eco de fuerzas opuestas entre avances y reacción. Aquel XVIII en el que nos introdujo José Luis era un “tanque de pensamiento” expuesto a la caverna, en el que líberos (además de liberales), lucidos y heterodoxos insistían en lo razonable y razonado, en la comunicación vital entre ciencia, arte y naturaleza y en el ingreso en un órbita intelectual que, sin la resistencia crónica aquí manifiesta, motorizaba fuera el progreso: lo que hubiera sido un “plan A” para España. El maridaje entre verdad y virtud, pues como decía Jovellanos al final de su Epístola a Bermudo: «Lo demás es viento, vanidad y miseria». José Luis fue un investigador de aquel espíritu. Y para ponerle luces de verdad, las eléctricas, a este panorama, pasamos José Luis y yo a la acción con, precisamente, el que fuera uno de aquellos faros del XVIII: playing Jovellanos. Y aquí entro en la zona de la amistad. Estamos en 1985, ya al final de mis Estudios y José Luis y yo, en el mes de agosto, en su casa, quinto a quinto de cerveza helada, mano a mano, y la compañía de Ana, escribimos un guion cinematográfico sobre la visita de don Gaspar a La Rioja en 1795, a partir de sus Diarios. Fue aquella una visita crítica, en el sentido de Feijoo (Benito Jerónimo), con el territorio, con sus formas de cultivo, con el viñedo. El pretexto fue recrear su estancia en Navarrete, en casa de su amigo José Fernández Bazán. Nos juntamos un grupo de amigos y compañeros en el arte dramático –Ricardo fue Jovellanos, Perfecto don José y Estela, Segunda, la criada– y en las luces –Rocandio lo fotografió–. Lo rodamos en una casa de Almarza, gracias a nuestra queridísima y recordada amiga Carmen López. Ganamos algún premio en la Consejería. Lo ofrecimos a los Institutos de La Rioja. Nadie respondió nunca. Recuerdo que acababa con un plano de don Gaspar, sentado y dormido como en el grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos. Luego, sobre negro, se leía esta sentencia de Madame de Sevigné: «El procedimiento para no meditar sobre lo que ves todos los días». Luego vinieron años en los que nos vimos poco, pero la lección y el afecto no desfallecían. Renovados, en gran medida, gracias (y agradecidos) a la reunión anual que en los veranos celebrábamos en “El Álamo” de Luis Javier y Carolina; reunión prolongada hasta el anochecer en una amena y dialéctica conversación entre amigas y amigos, con mucho del espíritu de una controversia dieciochesca. La última vez que vi a José Luis fue en tren. El viajero, por cierto, se titulaba el cortometraje. Hablaba con él en el vagón-cafetería mientras que por su ventana pasaba el solar patrio, que el de Gijón y el de Murillo de Río Leza me ayudaron a meditar en sus nudos y paisaje. Ahora recuerdo ese último café, en tránsito, y pienso en lo de siempre: que nunca sabes cuándo te estás despidiendo de alguien y cuánto le debes. Este viernes, al entrar en el Tanatorio, cuando vi el nombre de José Luis Gómez Urdáñez en la pantalla lo que me salió fue preguntar dónde era la conferencia.