Es el título de una pieza teatral de Nathalie Serraute, una pequeña obra maestra de la finura irónica acerca de la dialéctica de la amistad. La escribió Serraute en 1982 y Josep Maria Flotats la estrenó en España cuatro años después, en catalán, en el Poliorama de Barcelona. La función, que tuve la fortuna de ver entonces, me viene a la memoria prácticamente cada día, en cualquier estocada de las que propina una conversación: de trabajo, de ideas, de sentimientos, de salón, de amistad. Cualquier diálogo puede convertirse en un terreno minado, por la moneda de dos caras que es cada palabra, por la suspicacia, por la fragilidad de su sentido último, por todo aquello que coloca un sí en el bisel de un no o viceversa; afirmando cuando quieres negar o viceversa: por el malentendido. Y al final, por un sí o por un no se instala el malestar, la desconfianza y el vacío, como el que se incubaba entre los dos amigos protagonistas, que interpretaban con una elegancia principesca Flotats y Juanjo Puigcorbé. Qué cosas: per un sí o per un no en el contexto de otro drama, Flotats, al poco, se vería expulsado por el nacionalismo del propio Teatre Nacional de Catalunya que él había creado y Puigcorbé ingresaría en Esquerra, el independentismo y en un embrollo político notable que concluirá renegando de Esquerra. El caso es que, por un sí o por un no, ninguno de los trabaja ya hace años en Cataluña sino en Madrid. Los dos se dicen exiliados. Podría parecer este desenlace paradójico –extrapolable a otros escenarios sociopolíticos y desde luego a la diatriba nacionalista– una especie de epílogo del duelo verbal que mantenían ambos en aquella función de Serraute, que comenzaba cuando el personaje de Puigcorbé (Hombre 1) le preguntaba al de Flotats (Hombre 2; aunque ya me resulta imposible verlos despegados de sus personajes, de esos dos hombres) qué es lo que tenía contra él; porque por más que intentaba averiguarlo no encontraba nada que hubiera sucedido entre ellos, a lo que el Hombre 2 respondía que sí que habían sucedido cosas: “circunstancias”, dice. Y me ha vuelto esta semana la función a la cabeza, continuamente, claro, con la doble circunstancia del debate de investidura y el independentismo mediante, una semana de teatro parlamentario, resumido al final en una suma reiterada de síes y noes, e incluso, aportando un grado de comicidad, de síes por noes o de noes por síes, y que tanto han recordado a los “actos fallidos” del psicoanálisis a la vez que a los del teatro del absurdo. En otras circunstancias numéricas, por un sí o por un no, podría haberse decido el gobierno de la nación. Por un sí o por un no, además, equívoco, en el que los que emitían el voto votaban en contra de su bancada. De la responsabilidad en el uso de las palabras trataba el texto de la Serraute; esas palabras que nos colocan a cada fonema al borde de la ruptura, o directamente de la catástrofe. Por orden de intervención, el Hombre 1 (Herminio Rufino Sancho) y el Hombre 2 (Eduard Pujol) podían haber conducido hacia una circunstancia catastrófica o caótica, cuando menos, si todo hubiese dependido de un sí o de un no. De todas formas, no es un lapso privativo de sus señorías. Todos estamos en riesgo de, con el monosílabo en la punta de la lengua, decir lo contrario de lo que queremos decir. O no, en alguna ocasión. Porque quizás es lo que queremos decir. No o sí. ¿No? ¿Sí? No sé. Así acababa la función, cuando los dos hombres (hace tiempo, por cierto, que esta función es representada igualmente por mujeres), cuando Flotats y Puigcorbé, tan separados después políticamente y desconozco si personalmente, cerraban, el uno ladeado respecto al otro, preguntándose si lo que parecía una amistad (incluso perfecta, como era supuestamente la de los personajes) podría llegar a romperse: «Hombre 1: ¿Por un sí o por un no? (Se hace un silencio). Hombre 2: ¿Sí o no?… Hombre1: Sabes que no es lo mismo. Hombre 2: En efecto: Sí o no. Hombre 1: Sí. Hombre 2: ¡No!». Síes y noes a la zaga: 172-178.