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Bernardo Sánchez Salas

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Sentido o sensibilidad

La figura se llama en inglés sensivity reader, que podría traducirse por “lector sensible” aunque estirando poco podríamos llegar hasta algo así como detector de sensibilidad o sensibilidades, o directamente lector susceptible o sensor de susceptibilidades, en fin: alguien que lee antes que nadie un manuscrito intentando, como si manejara un detector de minas, advertir qué palabras, expresiones o ideas podrían malsonarle a según quién o quienes, para comunicárselo a la editorial y que ésta a su vez aperciba al autor o autora con el fin de que asee el original hasta convertirlo en un objeto inofensivo. Me temo no estar caricaturizando excesivamente su trabajo de supervisión, ni quiero ofender este empleo –del que esta semana se ha hablado bastante en prensa, no sé por qué– pero hasta que me pongan un o una sensivity reader en este Ojo pues me ha salido así. Existían hasta ahora en los negociados de la ficción –pongamos narrativa, teatro o cine– doctores o chequeadores de la verosimilitud, de los hechos, de la ortografía, o de eso que se llama en este mundo dramatúrgico el arco y los giros, en los libretos, los relatos o los guiones: que funcione la cosa, por dentro y por fuera, y nos mantenga pegados a un sillón orejero, una almohada o una butaca gracias a que progresan adecuadamente. Pero los sensivities que ahora operan en editoriales más sus homólogos en productoras o plataformas, tienen, por lo que se cuenta, una misión “sensiblemente” distinta, que es pasar la prueba del algodón a las aristas del relato para no molestar a nadie. Y en mi opinión, que igual  a alguien le parece mal, pero ya digo que afortunadamente sigo sin filtro, ésta es una operación de corrección que puede alterar el sentido, cuando no neutralizarlo. Y es que lo de siempre, todos estos paños calientes que aplicamos la ficción, pues no los encontramos en las páginas de la vida, que son muy incorrectas y se escriben a diario, con nosotros dentro, y sin que un lector sensible prevenga de los reglones malos y nos los encontremos ya eliminados cuando nos levantamos. ¡Ay, no! La vida no tiene en nómina sensivities readers. Viene como viene, sin corregir, y no nos ahorramos los capítulos que nos ofenden o dañan. Tampoco se aplica un sensivity a las (malas) noticias del día, a las notificaciones, a las facturas, a algunas declaraciones, a las mentiras reiteradas, a las redes sociales (que pueden arruinar la infancia y juventud, ya lo estamos viendo). Pero en la ficción y en al arte arrecian tiempos en los que va instalarse una presunción de ofensa o insulto en la obra inédita hasta el punto que no pueda publicarse hasta certificar la limpieza, cuando no insipidez, de sus alusiones, opiniones o ideas –cuyo único límite debiera ser el código penal y los tribunales–, aunque sea a costa de paralizar su relevancia o interés. Y el debate y la controversia. Se va instalar, lo estamos viendo en muchos aspectos, el miedo. Que es el que manda. Y el que edita. El mayor instrumento de censura es el miedo. Es el que nos corta. A todo esto, pensaba yo qué literatura de la publicada, de la que hemos leído en nuestra vida y nos ha hecho lectores (yo creo que verdaderamente sensibles, a veces molestándonos o incordiándonos) pasaría el corte de esta nueva sensibilidad cautelar. Imagínense la historia de la literatura filtrada por un cedazo de estas características. La mitad de esta historia resultaría impublicable, por ciertas alusiones o retratos, por un tono, por una ironía, o por una explicitud ideológica o sexual. Yo creo que no solamente hubiéramos perdido obras maestras sino visiones adultas del mundo. El trabajo de los sensivities puede comenzar por advertir de (presuntos) insultos a minorías, culturas, doctrinas, colectivos o particulares en los textos que les han entregado para su peritaje, pero podría acabar, extrapolando y malversando la práctica, en un fomento generalizado de la autocensura y en una rebaja, muy sensible, esto sí, de los contenidos críticos, de los estilos, de la interpretación y de la libertad de creación. Del sentido.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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