Como cada 23 de abril, Felipe se hizo el segundo café de la mañana, abrió el cuadernito con la lista, desencapuchó un pilot rojo y se sentó en una silla de la cocina. Le dio un sorbo al café, cogió el móvil y comenzó la ronda de llamadas: «¿Lucas? ¡Hola, Lucas! Soy Felipe, ¿te pillo bien? Oye nada, primero: qué tal estás. Me alegro. Entonces lo de la hernia, ya olvidado, ¿no? Bueeeeno. A estas edades es que ya estamos todos con goteras. ¿Marta bien? Claro, claro, volver a trabajar le habrá sentado bien, seguro. ¿Sigue vuestra hija por esos mundos? ¡Joeeer, Edimburgo! ¡Ésa ya no vuelve! Que no, que es broma. Nosotros bien sí. Raquel con lo de su padre, ya sabes. Pero es lo que toca, ¿no? Y el chico acabando ADE, sí, en Madrid. Oye, Lucas, una cosita, que el año pasado te dejé, la noche que vinisteis a cenar a casa, ¿te acuerdas? una novela de Vargas Llosa, la de Te dedico mi silencio, sí esa. Oye, ¿te importaría si me la dejas por algún lado que te venga bien, o se las dejas al conserje de la Oficina? O bueno si me la das en mano y nos tomamos un vino y así nos vemos, pues mejor. Es que tengo que hacer un articulito, ya sabes, para la revista de la Universidad y… Sí, ya, ya, suele pasar con las mudanzas, que metes los libros en las cajas y luego, vete tú a saber en qué caja. Bueno, pues si apareciera, me das un toque, ¿vale? Tú mira a ver. Un abrazo también para ti y para Marta». Con el pilot tachó el título Te dedico mi silencio y le dio otro sorbo al café. «¿Patri? Soy Felipe. ¿Qué taaaaaaaaaaal? ¡Cuánto tiempo! Yo creo que desde las vacaciones de antes de la pandemia. En Sancti Petri. ¡Fíjate tú! Estoy venga decirle a Puri: tenemos que llamar a Patri y a Fredy, para quedar. Oye, nada no te quito ni un segundo, bueno, ¿todo bien no? Vaya,… no lo sabíamos. Seguro que no es nada, que Fredy es fuerte. Que te iba a decir: que te dejé en Sancti Petri el libro de Javier Marías Berta Isla, ¿te acuerdas? Pues es que si pudieras, es que, mira, tengo que…. No, no, sí, sí, es el mío. Verás que dentro está escrito mi nombre a boli, siempre lo hago, y una fecha. A mí también me pasa, son tantos libros, que a veces no sé cuales son míos y cuales…Ya, ¿y a quién se lo has dejado? Bien, si se lo puedes pedir, ya me dices. Sí, sí, cuando salga Fredy del Hospital, claro. Abrazos, Patri». Y tachó Berta Isla. Pensativo, se acabó la taza de café. «¿Andrés? Andrés, soy Felipe, el del Gimnasio, coincidimos dos años en la bici estática, sí a primera hora de la mañana; Felipe, el profe, que me llamabas. Sí, sí, que ha pasado el tiempo. ¿Ah, que ya no vives aquí? ¿En Bruselas? ¡Ahhh!, bueno, así que no… ¡No, no, pasa nada! Que… estaba rehaciendo mi agenda del móvil, que me la hackearon y ha aparecido tu nombre, me he acordado y he dicho ¡coño, Andrés!, tantas madrugadas ahí pedaleando duro. Pues nada, un abrazo Andrés, confirmo tu número, por seguir en contacto, ¿no?». Y tachó Lluvia fina, de Landero y Vicisitudes, de Luis Mateo Díez.«¿Virgilio? ¡Hombre, Virgilio! Soy Felipe. ¿Por dónde andas? Chico, es que no paras, ¿eh? ¿A sí? Que me ibas a llamar tú a mí. Qué casualidad, hombre. Pues mira, me he adelantado yo. ¿Estáis bien? ¿Se lo solucionó a Lola lo de la prejubilacion? Ah, ni idea de que ya no estabais juntos. Lo siento. Bueno, pero lo siento. Ya nos contarás. Oye, ¿y que me ibas a decir? No, no, Virgilio, el de Muñoz Molina te lo dejé yo a ti; vamos, estoy completamente seguro, mira dentro mi firma, verás… Ah, que es que no lo encuentras… No, pues entonces no es que lo tenga yo, si no que lo has perdido tú. Tus pasos es la escalera te lo dejé yo a ti, un día que me lo pediste porque había visto a Muñoz Molina en la tele, en una entrevista. Me acuerdo perfectamente. Y tenías tanto interés que ¡te lo dejé incluso si aún leerlo yo!, que me tuve que comprar otro ejemplar…. ¿Virgilio?…. ¿Virgilio?». Y tachó Lucas, Patri, Andrés y Virgilio. Se puso otro café, y realizó una última llamada: «¿Bernardo….?»