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Bernardo Sánchez Salas

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Tú, robot

Está semana he leído en la prensa que una universidad española ha desarrollado un –así apodado– “robot conversacional” para detectar, mediante IA, la desinformación, los mensajes tóxicos y las creencias pufosas. Yo, urgido, me he apresurado on line a comprarme un ejemplar. Me llegó hace un par de días. Y cuando lo extraje del estuchado poliespán de la caja tampoco me lo podía creer. Venía desactivado, así que lo dejé cargando por la noche enchufado a la red, como el aspirador, o la roomba, a la que el robot miraría –más tarde, al despertar– con cierto recelo a la vez que fraternidad.  Y cuando me levanté por la mañana ya se había puesto las pilas –no como yo, que salgo en mínimos, indefenso ante el orden real o irreal de las cosas– y ya estaba operativo al cien por cien. Y me esperaba ansioso. Entonces: percibo que arde en deseos de detectar el campo de minas de falsedades que habríamos de atravesar. Compruebo que las olfatea, como un cíber trufero. Y entonces, nos aplicamos a hacer una revista de prensa y redes, en la tablet. Voy sometiendo a su filtro lo publicado –contenidos, noticias, twits, declaraciones, imágenes, memes y basura espacial– y él me va a dando a entender cuándo estoy delante de un dato basado en hechos reales o se trata de un fake o de una teoría conspirativa. Estos los huele desde el titular, y para hacérmelo notar, le sube a la pantalla que tiene por rostro un color rojizo que más que un piloto de aviso es como un rubor, como un avergonzamiento ante los bulos o bolas que desde el punto de la mañana comienza a rodar hasta que al final del día ya son como las bolas de roca que perseguían a Indiana Jones en los túneles espeluncos. Y ésa es la primera conversación que mi robot conversacional y yo mantenemos a maitines. Él es o está programado (no sé, a veces, cuál es la diferencia en general, digo, entre ser y estar programado, pero ese es otro curso de filosofía) para conversar más que yo, que con el tiempo me voy metiendo más para adentro. Me rebasa en locuacidad (no he dicho, por cierto, que su voz suena entre autotuneado y Constantino Romero; está como “doblado”). Pero entre el café y su empatía, artificial pero empatía, me voy despertando a la vez que aclarando el horizonte del día que me espera, mitad fake, mitad cierto. El caso es que, ayer pensé en conseguir algo más de aprovechamiento de ésta mi nueva mascota, más allá de pasarle el cedazo de la verdad a la hemeroteca digital. Y lo saqué conmigo a la calle, a ver si fuera de casa, su hábitat de teletrabajo, tenía cobertura en el exterior, y era capaz de ejercer sus habilidades frente a una ventanilla, en un despacho o sencillamente como testigo de un diálogo entre –pongamos– yo y un conocido que me encontrara; pues las medias verdades o la mentira pura y dura o las estrategias conspirativas no sólo circulan en la sociedad reticular, electrónica, sino a pie de calle, en las palabras, en las miradas y en la letra pequeña. Yo, aquí note que el robot conversacional se inhibía, le costaba, vaya. Me hacía algún guiño (ligeros cambios de tono en sus mejillas líquidas), queriéndome darme como alguna pista, tipo “ojo con esto”, “lagarto, lagarto”, pero sin ir más allá, como si el contacto analógico y el factor humano fuesen todavía un planeta por explorar con su configuración y aplicaciones. Como si los elementos conspirativos fueran en este campo de Agramante donde interactuamos más sutiles e invisibles. Como si, incluso, temiese estar infringiendo alguna ley de la robótica, tal y como las dictara el profeta Asimov. No obstante, a buen entendedor, pocos algoritmos bastan. Pero vamos, que si un día yo noto que mi flamante robot conversacional me engaña o que me miente, porque ha cogido mañas de la inteligencia natural, pues agarro y lo llevo a un punto limpio y se acabó. Antes de que él me lleve a mí.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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