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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

El rancho

El western lo ha contado todo. Estados Unidos se explica y romancea en los westerns. Y el western, de hecho, no cesa. Se refunda en series y en películas. Muchas de estas nuevas entregas aparecen incluso bajo la apariencia de otro género, pero son westerns en el fondo, profundamente westerns en su poética y geografía. La serie Yellowstone, por ejemplo, se reconoce en el western, no cabe duda. El western ha relatado, entre otros temas, el drama de la tierra, de su pertenencia y heredad. Y de su violencia, física, que las películas del periodo áureo mostraban de una forma pantomímica, coreográfica, sin derramamiento de sangre a la vista, pero que ahora, el nuevo western revela en la verdad de su impacto corporal. A quemarropa. Sí, es una historia de violencia el western. Como también lo era el antiguo testamento de los pioneros. No otra cosa es el arcano del western y de la nación: un relato entre pastoral y cainita, tribal. El western inventa la Edad Media americana, y su biblia, que es inversa a la que conocemos, pues no trata el mito de la expulsión del Edén, si no de su búsqueda, a uña de caballo, a sangre y fuego, naufragando (véase 1883, la hermosa precuela de Yellowstone). El mito del origen de la civilización. El western es lírica y guerra. Epopeya y fratricidio. Individualismo y clan. Indigenismo y colonización. Espacios abiertos y crimen. Hechos y legenda. La victoria de la leyenda. Las “del Oeste” cuentan un sueño inacabable, de infinitos episodios, muchos de ellos relativos a la búsqueda del hogar y de un lugar en el paraíso; a la ilusión del asentamiento y del logro de la propiedad, privada, inexpugnable. La religión de una comunidad en formación, ahormada en el miedo y en el recelo frente al “otro” y la amenaza exterior. Una comunidad ahormada y armada. Cuenta, en fin, una tragedia, la tragedia americana. Aún activa, como la caldera de un volcán. Fuera del vallado del rancho, todo resulta una agresión, una invasión y una partida de enemigos. El western hizo del rancho una de sus fincas dramatúrgicas más características, una domesticidad trágica. Y creo un motivo argumental fundamental, con muchos títulos en el inventario del género: la lucha a brazo partido, infectada por el odio, entre rancheros –agrícolas asentados–, y los vaqueros ambulantes, que pastoreaban ganado de punta, campo a través. El rancho es, en las tablas de la ley de western, hogar familiar, sí, pero vivido como fuerte, bastión, refugio, cuartel y armero. Un estado dentro del Estado. Bendecido por Dios en cada caso y en cada casa. Regido por la desconfianza y el miedo. Lo que Donald Trump –hacendado multimillonario y ahora presidente supremo del solar– considera hacer más grande América es, muy al contrario, un regreso al rancho, a la ideología del rancho, a la política del rancho, en su versión más radical y temible. A un rancho que es, en realidad, un terreno desconocido, al que nos va a arrastrar. Y he usado el término “política” que ya resulta en sí mismo extranjerizante y woke en el panorama de cercado en el que entra América. Este lunes, la 2 ponía Centauros del desierto de John Ford a la misma hora que, en directo, Trump recibía un baño de masas, en vísperas de su renombramiento. Prefiguraba lo que al día siguiente ya sería la puesta en escena obscenamente cesárea e imperial de firmas de decretos, rubricados con la desaprensión de las sentencias. Centauros trata precisamente de las heridas internas del país, de la familia rota y de la neurosis del miedo al otro. Ford, un republicano –como John Wayne, como la mayoría de su clan–, le hizo públicamente frente a otro republicano (e inventor, por cierto, de las tablas de la ley en el cine), Cecil B. de Mille, sacándole la cara a los incausados por el infame Macartismo, que ahora mismo parece resonar en discursos y proclamas. No creo que a Trump le importe nada América ni los norteamericanos. Sólo le importa el rancho. El suyo.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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