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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Stark Wars

Setenta años de Rebelde sin causa (1955). Y un vuelco del mundo. Ahora mismo agudizado, siniestrado. Hoy los rebeldes como Jim Stark son adolescentes románticos en warnercolor y su rebeldía una aventura legendaria, una odisea poética. El propio James Dean verificó –justo antes de fallecer, y en el cuerpo de un solo rol, el de Jett Rink, en Gigante (1956)– el arco, la transformación entre el joven inconformista y telúrico, bautizado por un manantial de petróleo tejano y el magnate emborrachado por el dinero del oro negro. Tino Villanueva lo resumía así en su maravilloso poemario sobre la película Gigante: “Otros incluso se casaron o dejaron el rancho con mucha pompa, como James Dean, quien en medio del terreno del pastoreo desterró los tesoros del petróleo, enterró su alma en el dinero y se volvió incoherente con el alcohol”. Hoy, el dinero es ese gran cementerio de almas. Y presiden regiones vastas del mundo un puñado de desalmados. Y lo perforarán con motosierras como sacadas de La matanza de Texas (1974) hasta el centro de la tierra. La persona de James Dean no llegó a conocer a los herederos de su Jett Rink. Su vida se pulverizó incluso antes de acabar el personaje. En un coche de carreras, pero no como aquella carrera que corría en Rebelde, una de esas chikie run para deslumbrar princesas y morir joven. Polvo de estrellas. El Jim Stark de Rebelde llevaba una estrella, una star, incluida en el apellido. Lo fue del cine, de su cielo. Lo evoca permanentemente el busto en bronce que le tiene dedicado el aparcamiento del Observatorio Griffth, en el Griffith Park de Los Angeles, en las colinas de Hollywood. El otro día, en la viñeta de El Roto en El País, se veía, precisamente, cómo las letras de HOLLYWOOD habían sido despeñadas colinas abajo para entronizar el letrero de TRUMP. Dean rodó en el Griffith un par de secuencias míticas de Rebelde y de nuestro imaginario. En una de ellas, se internaba con Judy (Natalie Wood) en el interior del planetarium, donde su amigo, Sal Mineo, se había refugiado huyendo de la policía, como si se acogiera a protección en sagrado (y lo es más, después de existir la película). Desde el suelo de la sala, observarán el movimiento del cosmos, en una sesión dedicada sólo para ellos por el universo (y los Estudios Universal están muy cerca, por cierto). No en vano, su amigo se llama Platón. Y entonces, claro, el planetarium del Griffith se convertía en una caverna platónica. En muchos sentidos. Andamos todo el rato por las alturas: del Griffith (que también podría ser David. W. Griffith, uno de los padres –y de padres e hijos va Rebelde– de la caverna cinematográfica), del planetario, del cine y de las ideas. Y como sucede con la vida de las estrellas, cuando el mundo vio a James Dean en la pantalla de Gigante ya había muerto hacía un tiempo, unos meses luz antes. Rebelde sin causa, además, para más actividad cósmica, había sido dirigía por alguien con un rayo estampado en el apellido: el gran Nicholas Ray. En la misma estela eléctrica, el realizador alemán Wim Wenders, filmaría los últimos días de Ray en una película titulada Relámpago sobre el agua (1980). Todo se acabaría por cumplir en la casuística de la rebeldía: Dean/ Stark se desintegró en una nave Porsche, Wood/ Judy se convertiría literalmente en un relámpago sobre el agua (del mar) y Mineo/ Platón caería abatido por una herida de navaja real, tan real como las que habían utilizado en la pelea a navajas de Rebelde. Fueron tres niños que continuamente miraban al cielo, por avistar qué estrella les replicaba en el firmamento. Como se veía en la memorable secuencia –una de las más hermosas de la historia de la humanidad– de la piscina vacía de la mansión, ubicada entre la profundidad del estanque y el cielo nocturno; o la del planetario. Niños apresados entre vacíos. Hoy cumpliría setenta años Jim Stark, aquel niño que observaba en cinemascope a un osito de cuerda que chocaba unos platillos, girando sin rumbo: su semejante. Huérfanos.

 

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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