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Bernardo Sánchez Salas

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Trumpdemia

Ya es oficial: esta semana hemos entrado, nuevamente, en pandemia: esta vez se llama “Trump”. Y su transmisión es más acelerada y tentacular que cualquier otro bacilo de los aislados anteriormente. El Wuhan de 2025 se encuentra ahora mismo en la Casa Blanca. “Trump” ha dejado de ser un apellido para convertirse en el nombre propio de un virus geopolítico. Y su carga vírica es también global, con una previsión de expansión universal de cuatro años, mínimo. Los síntomas de “Trump” son de eclosión inmediata y transnacional: depresión bursátil, brotes arancelarios, trombos fronterizos, deportaciones selectivas, sensación de aislamiento, inflación desatada, confinaciones de diverso grado, unilateralidad. informativos plagados, déficits contagiosos, mengua del crecimiento, falsedades en vena, gravámenes masivos, reglas lesionadas, amputaciones culturales, neurosis comercial, inflamación de tasas, infartos en los mercados, bajada de defensas demócratas y blindaje en todos los órdenes, desde el pensamiento al bolsillo. E incontinencia verbal aguda, como la este pobre senador demócrata –probablemente el único que ha quedado tras la primera oleada de “Trump”– lanzado a una compulsión discursiva de veinticuatro horas seguidas en la tribuna, una afección que no hay antiestamínico que la rebaje. Ningún órgano va a quedar al margen de su área de infección. “Trump” es un completo éxito. Desde el propio Despacho Oval se ha proclamado –porque son unos cachondos de la metáfora– que la operación ha transcurrido según lo previsto y que el paciente se ha despertado ok. O sea, que ahora es ya todo un enfermo, un enfermo perfecto, inducido. Con todas sus constantes letales en niveles óptimos. Un enfermo, grande, más grande, greater, como se lee bordado en las gorras de los nuevos bárbaros y de sus jefes de filas. Nuestro continente tendrá la suerte, además, de ser unos de sus campos de prueba (y de batalla) privilegiados de “Trump”, sus pacientes premium. Y saldremos cada tarde al balcón a presenciar el desfile. A las ocho, hora europea. En China será a otra hora. Desde el núcleo duro de “Trump” se le ha bautizado al día del descorche del Armagedón “día de la liberación”. Y lo es, sin duda: al modo como se libera energía en una reacción nuclear. En este caso, megatones de miedo, recesión y ultraderecha. A cholón. El cóctel bacteriológico de “Trump” no es un accidente de laboratorio; no consiste en unos ratones que mutan, o en una vaca enloquecida o en un pollo griposo, nada de eso: responde a una fórmula científica muy pensada, inspirada por la inteligencia bélica. Se ha hecho pública como encriptada en un arcano a lo griego, como en términos de estirpe matemática pitagórica. Vendría a contener (a la vez que declarar) el principio del caos. Su ecuación. La ecuación final. O una tabla de la ley. Una ley suplementaria. Un post. Como ya digo que es que tienen en Washington una gracia que me parto, ves el dibujo de la fórmula y es como si la hubieran ideado en la escuelita de Villar del Río para remedar la de la teoría de la relatividad y regalársela a los americanos a su paso por la localidad. La viñeta de la fórmula –claramente deficitaria– ilustra este artículo, acogido en las páginas de opinión. Aunque también podría estar incluida en la sección de pasatiempos. Como jeroglífico o charada.  Si tienen tiempo y curiosidad, pueden tomarse el resto del domingo para intentar desencriptarla y despejar todas las “X” y las “M”. Las posibles –y seguro que a corto plazo– variantes de “Trump” son desconocidas y con toda probabilidad empeorarán la cepa madre. Sus oleadas consecutivas me temo que las surfearemos en equilibrio inestable. Y en cuanto a la vacuna, hoy por hoy, no se le ve ni de lejos. Pero es que, además, tampoco va a haber dinero para ingeniarla. En fin, se recomienda el uso de las mascarillas, porque esto está más irrespirable que nunca. Hoy, la tierra es más plana.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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