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Bernardo Sánchez Salas

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El silencio en prime-time

El lunes se produjo en la pantalla de televisión un fenómeno atmosférico inusual: truenos de silencio. No sucedía nada tan memorable en nuestra televisión desde que pasó por un plató Fernando Arrabal profetizando el milenarismo y el teatro pánico universal. En esta ocasión fue el silencio, los silencios. Y, a diferencia de Arrabal, nadie rompió nada. Ni el silencio. Los silencios se sucedieron como descargas, como perforaciones abiertas en un espacio, la televisión, más bien repleto –cuando no parasitado– de ruido, farfolla, hablar por no callar y fuego cruzado. Sobre todo en tertulias, debates, realities y shows de blablabá. El silencio en televisión es, literalmente, inaudito. Estalla y produce vértigo. No digamos en horario de prime-time y en una tertulia, la de Xavi Fortes en en el Canal 24h. Es, por cierto, esta tertulia un modelo de no estridencia y sí de orden y de interés discursivo. Vaya esto por delante. Y en la mesa de Fortes y de sus invitados, en el extremo en que cada noche se sienta un entrevistado, frecuentemente alguien de la cultura, se sentó el gran José Luis Gómez, actor y director. Y un monumento vivo de la palabra, la que se dice y la que no se dice, sino que se silencia y se guarda. La que se piensa. El oficio de la actuación consiste precisamente en mantener y soportar ese equilibrio: en pensar las palabras antes de pronunciarlas, de emitirlas o de proclamarlas. El valor de una palabra depende de la cantidad de silencio que contiene y atesora. La palabra, para un actor o actriz consciente de que le va la vida en ello, es una forma de administrar el silencio. Y el silencio, el lugar natural del pensamiento, y el preámbulo de cualquier sonido. El silencio moldea la palabra. Y José Luis Gómez es un maestro en la gestión del silencio, luego de la palabra. Y así, la media hora larga de entrevista que le hizo Xavi Fortes duró realmente un tiempo indefinido, e incluso yo diría que inventó un tipo de tiempo nuevo en el medio televisivo. El tiempo de silencio que se abría entre cada pregunta de Fortes y la respuesta de Gómez era una brecha inmensa. Producía una mezcla entre pudor, respeto, miedo y asombro. Lo nunca visto/ oído en televisión, en horario de máxima audiencia (que viene de oír). El propio Fortes tuvo que improvisar una suerte de impaciencia paciente ante los segundos eternos que Gómez se tomaba para responder. Y cada respuesta suponía el antes mirar, bajar la cabeza, medio sonreír como preguntándose a sí mismo como satisfacer la pregunta, a veces emocionarse, ensayar la respuesta (que podía también no verse concluida, quedar en suspenso) y decirla. Y al decirla parecía que la estaba escribiendo. Y además la decía actuándola, con la misma precisión con la que ha dicho tantas veces en su vida líneas de Shakespeare, o de Brecht, o de Lope o de Kafka. Lo cual suponía, el lunes, espaciar las palabras entre sí, matizarlas, repensarlas. Tomarse un tiempo del que ni la televisión ni el telespectador dispone. Un tiempo que pertenece al teatro, y sólo al teatro. El tiempo del drama. La secuencia de silencios. En el teatro el silencio está lleno, mientras que en una buena parte de la televisión las palabras están vacías. Gómez, muy bien comprendido y pautado por Xavi Fortes, que a la primera respuesta del actor ya vio cual iba a ser el ritmo y los términos en que iba a producirse la conversación, reflexionaba y luego daba una lección de decir, de declamar, de versificar las ideas y la memoria, como si fueran estrofas. Llegó incluso José Luis Gómez a responder con una respuesta de retraso. Fortes le hacía una pregunta y la respuesta que Gómez daba respondía a una pregunta anterior. Fortes entró en todo momento como un buen compañero de escena, viendo como Gómez encadenaba silencios estruendosos, de esos que podían hacer saltar las alarmas del plató. Para no olvidar el relato final de su padre enfrentado a los dos perros mastines. Y el resto es silencio, que se decía en Hamlet.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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