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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

El nuevo gafapastas

Lo veo en la tele y en la prensa esta semana, a Mark Zuckerberg, este joven (joven o lo que en su planeta se considere tener cuarenta años), presentando una vez más, al modo sport –en vaqueros, zapatillas de deporte y camiseta– el fin de la historia. Y de la Historia: residuos del pasado analógico y físico, rémoras de un peso insoportable para ingresar en el criptofuturo líquido y ligero. Sin cables ni cargo de conciencia. La realidad es muy cara y arrastra mucha bibliografía para consultar. No va con este emprendedor. Y lo hace delante de una macropantalla donde aparece un friso de seres felices porque les han graduado la vista para el mundo moderno. Y pienso, al contemplarlo, que Zuckerberg, en sí mismo, ya podría ser –o medio ser: aquellos “medio seres” que inventara Ramón Gómez de la Serna, con una mitad en eclipse– una figura creada por IA, o menguada a la IA. O a su propio avatar. Podría haberle sucedido lo que a algunos personajes de la ficción científica: tomarse una cucharada de su propia medicina y disolverse, o mutar en su mitad oculta, en su monstruo. Le pasó al doctor Kemp de H.G. Wells, autoconvertido en hombre invisible; o al doctor Jekyll, de Stevenson, transformado en su Mr. Hyde; o al doctor Banner, de la Marvel, inflamado hasta ser Hulk; o al doctor Delambre, de Langelaan y el cine, que jugando con la teletransportación de la materia acabó en mosca, en insecto kafkiano; o –y este ejemplo es con el que me quedo para el caso– al Dr. Xavier, de la Serie B, que aplicándose unas gotas de las que había inventado para ampliar el rango de visión del ser humano termina por inocularse una versión de los rayos X (los viejos, los “X antes twitter” vendrán después), que le desdibuja el escenario de lo real y lo conducirá al tormento, a la abstracción y al confín del universo; casi a una forma de divinidad óptica y de ceguera: unas gafas negras… Ray (‘rayo’, no en vano) Milland; en vez de Ray-Ban. Aunque las producidas por Zuckerberg, las de la inteligencia Meta, la virtualidad, la realidad mixta, lo multimodal y el velo (la “catarata”) de multipantallas, sí tendrán su modelo Ray-Ban. Y es el ensayo sobre la ceguera lo que me interesa del laboratorio Zuckerberg, y la fábula en que consistía El hombre con rayos X en los ojos: la paradoja de la promesa de una visibilidad infinita con resultado de apagón, de blindaje, de lo que nos rodea y sustenta, del mundo, de los otros: de la propia identidad, confiada a una montura high-tech y a la meta realidad (o su hermana, la meta ficción). Literalmente, con una meta versión de la gafapasta podríamos llegar a no ver (en todos los sentidos) lo que tenemos delante de nuestras narices, que se verán amuralladas –las narices– por un calidoscopio de potencia acojonante. También tengo dudas si favorecerá con tal estratosférica graduación de sus lentes la introspección y el conocerse a sí mismo, el “mirar para adentro”, vaya. Alguien, en fin, me temo ve por ti, por nosotros, más allá de Orion, con las gafas holográficas. “Orion”, palabra de replicante, topónimo pronunciado por la criatura Roy Batty, “medio ser” ramoniano, en lo afectivo sobre todo, en la orfandad, en el eclipse existencial, cuyos globos oculares eran también un gagdet, un meta juguete, fabricada la Tyrell Corporation, cada vez más y más cerca de nuestra utilería cotidiana. Pues ahora mismo Donald Trump se desayuna con unas gafas de esta generación porque el otro día se las llevó Zuckerberg a su ara de Mar-A-Lago (que también debe estar deslocalizado más allá de Orion). Trump va a convertirse en el primer avatar presidente del país más poderoso del mundo; aunque no podamos saber a estas distancias de Palm Beach cómo y dónde es –o “medio es”– ese mundo y ese país, que por aquí, como lejos, vemos desde el Pirulí –que decía la canción de Víctor Manuel–, confundido y feliz de perfil. Lo más probable es que Trump también gobierne, reine, mande a ciegas. No sea que vea en la realidad un mal negocio.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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