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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Chaplin se estrena

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Este miércoles, El gran dictador de Chaplin tuvo en la 2 más de un millón de espectadores. En prime time. Un 6,4 % de share. Para más share: duplicó el share habitual de la 2 en esa misma franja horaria. Una de las mejores noticias de la semana. Chaplin, Charlot, Carlitos, como se le conoció por aquí en su etapa de clown vagabundo. Chaplin conquistó el miércoles el prime time. Y TVE recuperó, por momentos, su obligación de servicio público. Un aviso, una lección para los que, en los puestos de responsabilidad de las cadenas, deprecian el prime time en sus parrillas llenándolas de basura (garbitsch, de garbage, basura, se llama precisamente al ministro de propaganda en la película). Chaplin podría haber dedicado al respecto unas líneas de su discurso final: «¡Señores de la televisión! ¡No somos idiotas! ¡Decís que programáis lo que queremos ver pero es mentira! ¡Y lo sabéis! ¡Pero es una mentira que interesa que cunda! ¡Para seguir vendiendo! ¡Fabricáis un público! ¡Porque sabéis que se puede hacer! ¡Hasta que lográis confundir nuestros gustos y necesidades con vuestros intereses! ¡No tiranicéis la televisión! ¡Mirad por lo que nos hace bien! ¡Y ofrecérnoslo a la mejor hora!…». Para muchos, tuvo que ser el miércoles el estreno de El gran dictador en sus vidas, seguro. La vieron más espectadores en una noche que a lo largo de su estreno. El gran dictador está continuamente estrenándose. En España, treinta y seis años después de su estreno: en abril de 1976. «Una feroz y regocijante sátira de una época no demasiado lejana» decía la publicidad. Y tan nada lejana, pues el dictador Franco había muerto hacía poco más de un año, inmune también a la sátira. Espero que los niños trasnocharan este miércoles, que trasnocharan fuera del móvil y de la pantalla del ordenador. Y que vieran acompañados de sus padres, en la pantalla grande de la televisión (ya llamamos ‘pantalla grande’ al televisor, qué cosas), El gran dictador. Como tuve que hacer yo, con quince años, entrando a verla con mi tía María Luisa al Astoria de Logroño, porque aquella ferocidad (tan lírica tan pastoral, tan pantomímica) fue autorizada sólo para mayores de dieciocho años y mayores de catorce acompañados. Pero para cuando se estrenó ya nos sabíamos de memoria su discurso final, que corría chincheteado de pared en pared. Ahora igual conviene volver a colgarlo (o subirlo, o bajárselo, lo que sea) al menos en algunos de sus párrafos. Pero íbamos al cine, a escuchárselo a él, a Charles Chaplin, en su tercer rol en la película: el de él mismo, claro. Al ciudadano Chaplin. Dando la cara. En un plano corto a cámara. Grave, gravísimo. A tumba abierta. Recién comenzada la guerra mundial. Es comenzar el rodaje, septiembre de 1939, y acabar la guerra civil española y estallar la mundial. Eso es: armarse la mundial. Sin saber, Chaplin, si la broma con el bigote de Hitler podría costarle, tarde o temprano, la vida. Como es lógico pensar que le sucediera en la película al barbero tras el discurso robado: que un soldado de Adenoid Hynkel fuera a detenerlo al pie de la escalera, una escalera que él ya había ascendido al principio de la secuencia como un cadalso. ¡Ojo!: cualquiera puede convertirse en un dictador, llevarlo incubado. Y eso cuenta la película. Empiezas pareciéndote por el bigote y acabas poniéndote el globo terráqueo por montera. Hay que ver sudar a Chaplin en el plano del discurso; hay que ver cómo su camisa se corona del sudor que le cae de verdad, en tiempo real. Dirigiéndose al mundo. Al mundo desde 1940. Gran noche la este miércoles en la 2. Les decía yo a mis alumnos esa misma tarde que era muy afortunado quien no la hubiera visto nunca y la fuera a descubrir en una horas: ver por primera vez El gran dictador. Escucharla por primera vez. Como fue, de hecho, le primera vez que se escuchaba a Chaplin en una pantalla. Y cómo. Madre mía. Y el caso es que llegué a casa y resulta que mi mujer no había visto nunca –por lo menos entera- El gran dictador. Fiesta. Qué emoción. Fuera bandejas de la cena. Móviles en modo avión. Comienza El gran dictador. Blanco y negro (excelente copia), formato cuadrado, un sello en las televisiones actuales de dieciséis novenos. Y hablando de escuchar: reconozco –en una fábula que trata de dobles- la voz del doblador del triple Chaplin: Ricardo Solans. Es el sonido del estreno del 76. Portentoso. En el idioma de Hynlek, en el despertar amnésico del barbero, en Chaplin. Solans nació sólo unos días después de que se comenzara a rodar la película. Y la dobló con 36 años. Justo lo que tardó en llegar a España. Le estaba esperando. Vive Solans, tiene 78. Y luego, no me podía aguantar en adelantarle a mi mujer las secuencias: y ahora, ya verás, viene lo de la danza húngara de Brahms, y luego lo de la moneda en los pudins, y luego, lo de los inventores y… A quien corresponda: Chaplin, que es parte fundamente de nuestro share ¡al prime time!

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Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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