No por casualidad se denomina en España –desconozco si en otros países- ‘Panteón de las Letras’ a la nómina de escritores ilustres hace ya un tiempo –incluso algún siglo- fallecidos. ‘Panteón’. Ni como metáfora de una póstuma y memorial morada del grupo de glorias literarias logra rebajar ese tufo que, en cuanto monumento funerario que es un panteón, vincula excelencia a olor de crisantemos. Aquí, está visto, la gloria lo es sic transit mundi. Y una vez grabado el nombre en tan distinguida estela funeraria se impone un desentendimiento generalizado, por no decir estructural: un ‘golpe perfectamente serio’, utilizando el verso que le sobrevendría a Antonio Machado en el entierro de un amigo suyo tras escucharse el desplome de la lápida. ¿Y quién quiere formar parte de ningún panteón? ‘Panteón’, ‘ilustres’, ‘clásicos’: son losas. Que se lo digan a Cervantes, todavía inédito para tantos que lo mentan en falso. No ha mejorado mucho la situación, por cierto, el traslado catastral a ‘Barrio de las Letras’, en Madrid, que consiste en un callejero temático, apartamentos turísticos, psicofonías de los áureos barrocos y citas a pie de calle que pisamos sin leerlas. Ingresas en un panteón: ¿y luego qué? ¿Hay vida más allá, no diré de la muerte, sino de un panteón? La conmemoración de los ochenta años de la muerte de Antonio Machado sólo podrá fructificar, fuera del panteón, de las rutas guiadas, de las placas, de la efeméride en prensa y del merchandising, y sin menosprecio de los honores personales y de Estado que frente a su tumba (un túmulo individual, sin volumen de panteón) le dispensará hoy el Presidente Sánchez, y que a mí, como ciudadano español y devoto machadiano me emocionan, agradezco y hago míos; sólo tendrá sentido reseñar su fallecimiento, digo, si proliferan sus textos y sus pensamientos. Y vuelve a nacer. En Sevilla, en Soria, donde sea. Si se logra que haya una generación de (muy) jóvenes que descubran, al margen de las prescripciones de manual, el alcance poético, histórico y vital de sus palabras, en tiempos de licuefacción del pensamiento, tiranía de la influencia, atomización de la expresión y problematización aguda del país donde viven: España. Que descubran la figura de Antonio Machado y de los otros Antonios que dentro de él convivían, como Juan de Mairena, la kaña, que diría un chaval, quizás el mejor de los Antonios, entre un Ortega y un Groucho Marx, en reflexión, ingenio e ironía. Si se logra que hagan de Antonio Machado –como de pocos se puede hacer- alguien que ‘con ellos vaya’, parafraseando al propio Antonio. Si, en el valor de los dilemas, memoria, contradicciones y aforismos del poeta, lo incorporan a su vida; a lo largo de la cual –y lo sabemos por experiencia quienes ya lo descubrimos en su día, y nos sigue nutriendo- les acompañará como un vademecum. Al fin y al cabo, el eje poético y emocional que atraviesa a Antonio Machado traza el arco que va desde el extremo de la infancia, en la que todo se imprime. Antonio Machado es, de hecho, un fenómeno de cadena de transmisión. Casi orgánica. En mi caso, tres amigos, tres maestros y a su vez poetas me lo transmitieron por etapas, entre la adolescencia y lo que quiera que vino después: Pepe Ramo, Antonio García Aparicio y Rafael Azcona, para quien las soledades y Soledades de Antonio Machado constituyeron su primera intimidad poética, cuando Antonio Machado ya estaba malquisto por los vencedores, además de muerto y transterrado. Y puso al poeta en boca de varios de sus personajes, alguno pardal, como cuando él mismo comenzó a leerlo. Puestos a buscar un continente, prefiero el de ‘República de las Letras’. Sólo fructificará Antonio Machado si una generación de jóvenes que comprueban cómo la España actual no parece una patria sino una cuestión irresoluble, algo que de continuo nos robamos los españoles los unos a los otros, una especie de perpetuo botín de guerra; si estos jóvenes descubren a un hombre que, testigo y actor de un momento crucial en la idea sobre España, simboliza la paradoja trágica de quien amando a España y a su República tuvo que morir extramuros de ella, con el corazón helado por la rapiña entre españoles. Y que aún hoy, se anuncia, cerca del lugar donde reposa, unos domingueros del republicanismo –no como él, que le fue la vida en ello- van a intentar estorsionar el homenaje del Presidente. Conocer a Antonio Machado, que le diría por carta, en noviembre del 38, y desde Barcelona, a la poetisa y tanguista argentina María Luisa Carnelli: «Usted sabe muy bien que los enemigos de España son enemigos de todas las Españas».
Y todo esto, en fin, no sacaría de la tumba a Antonio Machado, pero sí del panteón.