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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Cerrar un Círculo

Venimos de la biblioteca de nuestros padres. De sus títulos, lomos, portadas. Ese lineal me hizo lector y fiel de la literatura; espectador de los libros. La literatura son los libros. Los volúmenes que la integran. Esos artefactos de papel. Libros como los del recién extinguido “Círculo de Lectores”. ‘Lectores’ con mayúscula. Libros resistentes, de tapa dura, entelada o plastificada. Libros-libros, con cubiertas inolvidables, obras de artistas gráficos: la navaja que hendía un charco de sangre de La familia de Pascual Duarte (Luna), la anciana sentada en una silla sobre un suelo ajedrezado en azul de Cien años de soledad (Luna) –en su interior aún conservo un folio con el árbol genealógico de los Buendía escrito a Bic-, el revolver que transparenta su delineación, con la empuñadora en escorzo de El padrino (Rigau), la soga de la horca de Matar a un ruiseñor (Izquierdo), la mariposa amarilla que rompía una cadenas sobre fondo morado de Papillón (Izquierdo), el cilindro poligonal ardiendo por sus últimos pisos y proyectando una sombra desde los primeros sobre el horizonte de Rascacielos (Nolla), el guiñol solanesco de La parranda (Liarte), el birrete articulado en un corazón y una mujer desnuda de El graduado (Noguera-Nolla). Los tomos en blanco marfileño de “la lucha por la vida” de Baroja, de los relatos de Maupassant, de los poemas de Neruda o de la poesía, teatro y artículos de Lorca. Los libros del Círculo también formaban en casa una colección de escultura. Hace un par de semanas y sesenta años después de su puesta en marcha -una vida como lector, para mí y para los muchos que companíamos aquel Círculo lector dentro del Círculo familiar-, su último propietario, Planeta, ha decidido cerrarlo. El Círculo ha sido desbordado por la esfera digital. Por el envío transnacional. El invento pertenecía a una época en la que todo era puerta a puerta: los cobros, los productos de belleza y hasta la venta de tupperware. Y en la que –hablamos de principios de los sesenta- los huecos en las bibliotecas de las clases medias, eran –por carencias culturales y económicas- grandes. Iniciativas como la del Círculo o –ya en los setenta- las dos colecciones de RTVE (la amarilla y la verde) constituyeron una suerte de beneficencia literaria, podríamos llamarlo así. A mi alrededor todo el mundo era del Círculo: mis vecinos, mis tíos y hasta mi abuela. Sus casas eran secciones de una misma biblioteca. Los libros del Círculo eran una contraseña, un signo de leer, con regularidad. De estar al día en las novedades literarias. Era frecuente también ver los ejemplares por las piscinas, en la lectoría de sombra. Yo siempre inspeccionaba cuáles nos faltaban en casa de los que tenían los demás, y viceversa. Había dos elementos, dos pasos en la dinámica ‘circular’: el hombre del Círculo y la revista del Círculo. «¡Papá, ha venido el del Círculo!», avisábamos. «¡Y ha traído la revista!». Revista cuyas páginas yo ya había devorado para entonces, como me lanzaba sobre las carteleras de cine de Portales. Y al igual que me fascinaba el “Próximamente” de las películas por venir, me fascinaba el catálogo de los títulos que mi padre y mi madre acabarían eligiendo. A partir de un momento, también nos dejaban a mis hermanos y a mí pedir algo. Incluso cassettes, porque el Circulo también llegaría a ofrecer cassettes. Yo pedía de ‘Temas’ de películas. No eran bandas sonoras originales, sino versionados por la orquesta de alguien. Películas recientes, las que yo me moría por ver: Aeropuerto 75, Chinatown, El coloso en llamas, que salía de la novela Rascacielos, en fin. Por cierto que empezaban a sacar muchos libros de los que había película. Recuerdo la edición de Mil novecientos, que era una novelización –o sea, a posteriori de la película- de Novecento. Con una imagen en portada de Alfredo y Ada a punto del beso. Y lo que también hacía era forrar carpetas de clase con recortes del anuncio de algunos libros en la revista del Círculo. Los anuncios eran atractivos, por -según temas- lo espectacular o lo sexy. Ahora veo todo este legado del Círculo muy diseminado. En bibliotecas heredadas, desde luego (en parte, la mía, claro), pero también en chalets, en bodegas, en trasteros y en –esto me fascina especialmente- en los escaparates de tiendas de muebles. Son incluidos como adornos en las bibliotecas que están a la venta. Yo he estado a punto de entrar a comprarme un mueble porque contenía –como atrezzo, ya digo- varios libros del Círculo; ejemplares de Las ninfas, de Por quién doblan las campanas, de Los perros de la guerra, de Marathon Man, de A sangre fría, de La Colina de Watership. En su momento, estos y otros libros leídos en el Círculo, me amueblaron la cabeza.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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