En ¿Qué he hecho yo para merecer esto? había un personaje extraordinario que era un lagarto y se llamaba “Dinero”, porque tenía la piel en el verde de los billetes de mil. Que, por cierto, no se veían mucho, billetes de estas cantidades, por el domicilio de la Gloria de la película, una ama de casa en un Madrid suburbial de principios de los 80, la Carmen Maura de entonces. Era, por tanto, este verde, el propio de un fondo de reptiles sin posibles, un fondo medio quinqui, medio yonqui. Realmente, no hablamos de dinero-dinero sino de ‘talegos’, de un verde-talego. Este lagarto de verde-talego era un lagarto de acogida, un lagarto del Barrio de La Concepción, sacado de la hibernación entre ladrillos. Del frío madrileño, con el que no se ganan elecciones claro, porque «En Madrid, hace un frío, que ni los lagartos», como podía haber dicho algún personaje de Valle, pero lo decía Chus Lampreave, la abuela de la historia, que miraba a través de gafas de culo de vaso; que miraba a través del fondo de ese vaso con el que se ve la realidad esperpentizada, la de la taberna de “Pica Lagartos”, precisamente. Una abuela que llegaba a Madrid con el luto del pueblo adherido como segunda piel. Pues Chus Lampreave adoptaba al lagarto como mascota y emblema. Y le ponía de nombre “Dinero” porque era de las cosas que le gustaban a ella: «las magdalenas, los cementerios, las bolsas de plástico y el dinero», decía. En pocos días, la abuela le cogía confianza al lagarto y lo acariciaba, y se lo ponía sobre el luto como un broche de esmeraldas. Es en fin, un verde de dinero pobre. Hacia el tercer acto de la película, el marido, un bruto, le pegaba un bofetón a Gloria, con tanta violencia que unas gotas de sangre de la nariz de Gloria caían sobre la piel del lagarto. Lacre, parecía, en pantalla. Rojo-lacre sobre verde-dinero. Y salía corriendo hacia el pasillo, “Dinero”, lacrado con la prueba del maltrato, de la sangre de Gloria, en el lomo. Me ha venido a la memoria este “Dinero”/ dinero, antiguo, de barrio, estigmatizado, al leer esta semana en prensa un par de noticias acerca del flamante dinero incoloro, inodoro e insípido, sin escamas de verde-lagarto. La criptomoneda. Y sobre su naturaleza inmaterial, blindada. Y sobre la diferencia de criterio o vara de medir, no sé, por elevación, acerca de la mancha original del dinero. Ésa es la cuestión: moral, general, que gira entorno a la limpieza o suciedad de los dineros, de su procedencia y transacción; especialmente en su versión más críptica, que es la de las grandes fortunas, la de los desembolsos inimaginables para los usuarios de la vieja pasta, de los billetes, de los talegos, de la lechugas. Resulta que Elon Musk, en sí mismo un ser críptico, una megacuenta de Twitter, consejero delegado del planeta Tesla, ha anunciado que no aceptará como pago de sus coches eléctricos los bitcoins; es decir esa moneda bit: una porción, un bocado de dinero. En inglés, tener a bit of money es poseer unos dinerillos. Musk –tiene apellido como de la tierra de Oz (y no se olvide que el amarillo de sus baldosas fue pensado por Frank Baum como una metáfora del amarillo-oro de las monedas), Musk, digo, no aceptará más esta calderilla invisible porque la transacción de bitcoins, que se realiza con combustibles fósiles, produce emisiones de carbono. Resulta curioso este escrúpulo sobre la limpieza del dinero en cantidades macro, prácticamente extraterrestres (Musk, por ejemplo, posee 1000 millones de los antiguos euro en ‘b’, de bitcoins, que a mí me suena a una suerte inversión en pitas o amarracos). Pero aun resulta más paradójico que sea el mundo del arte, si bien igualmente en su versión monetizada y mercantilizada, la que, en cambio, sí sigue aceptando suelto en bit. O en ‘b’, de Bansky, en esta caso. Y así se subastó el otro día su famoso ramo de flores arrojadizo por trece millones de dólares (el dólar también viste de verde-talego) transustanciados en bitcoins. Ni Bansky ni Sotheby´s le pusieron, en cambio, pegas a sus activos contaminantes. Y es que será el amor lo que está en aire, como se titula el graffiti de Bansky. Me cuesta, en fin, imaginar a Lampreave llamando “Bitcoin” a un lagarto de descampado.