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Bernardo Sánchez Salas

Material escolar

Una ola (muy) anterior

Se viene alertando estos días en prensa que el cine, lo de la sala con espectadores dentro y una película proyectada sobre una pantalla, se juega su ser o no ser de aquí a las navidades, navidades incluidas. Y eso es así. Especialmente en España. No sólo en España, claro, se presenta por delante un momento crítico para la morfología y usos del espectáculo cinematográfico, o lo que queda de él, en medio de la colada audiovisual. Durante la pandemia, el apagón ha sido global: revísese el estado del parque de salas mundiales, la bandeja de espera de estrenos (ha dado tiempo incluso a que James Bond envejezca año y medio), la exigua taquilla y el repliegue de los espectadores a los cuarteles de invierno, al calor de las series, protegidos por la asepsia de las plataformas. Y no cabe duda que la caja en que consisten las salas de los multiplex actuales han provocado, también globalmente, una resistencia al encierro en su interior, frente, por ejemplo, a los teatros, en cuyo espacio más holgado los espectadores han tardado menos, nada, en volver a ingresar, agotando los aforos permitidos. Es curioso que el cine, con la plaga, ha reeditado atávicos temores asociados al origen del invento, cuando a los primeros cinematógrafos se les acusaba de ser locales donde se pillaban todo tipo de miasmas en suspensión, se perdía la vista y provocaba lesiones en el corazón. Además de ser una escuela de malas costumbres. Pero, por añadidura a la catástrofe general, no cabe duda que la supervivencia del cine, de los cines, reviste en España características particulares, y un cuadro de males acumulados. Y de pésimas costumbres. Endémicas igualmente. Sobre todo desde hace unos años. Porque la de la COVID ha sido la segunda gran pandemia que ha sufrido la exhibición cinematográfica en España. Lo que pasa es que un clavo saca otro clavo y hemos perdido perspectiva. Si al final –no lo quiera el espíritu de la navidad, tan aficionado al cine­– la actual pandemia acaba echando aquí el cerrojo a un porcentaje vital de salas será porque no ha hecho más que rematar lo que inició una anterior, declarada, y con virulencia, en la primera década de este siglo: la piratería, la piratería audiovisual, de la que nunca hubo un regreso total a la vieja normalidad, produciendo efectos secundarios crónicos (la persistencia en su práctica, algo que la pandemia ha agudizado, y la no caducidad de algunas de sus excusas más pertinaces e injustificables, negacionistas del valor industrial y moral de las obras cinematográficas); pandemia para la que no sólo no hubo antídoto o vacuna, sino que, muy al contrario, se alentaron desde tribunas, influencers de por entonces y algunos medios, falacias y mentiras inspiradas por el interés concreto, la ignorancia sangrante y un desprecio, sí, eso, endémico, a la creación y a los creadores. Pues de aquel fiestón, de aquel top manta universal, que sacaba a las calles principales el cine robado (a veces pésimamente robado, en copias invisibles), y del alegre subir y bajar películas, alardeando de las piezas obtenidas y de las mañas para hacerlo; de todo aquella apología y práctica de la usurpación de contenidos, inoculada ­–y esto fue clave a cualquier plazo– en la mentalidad de las que entonces eran las futuras generaciones de espectadores, la idea de que las películas ­–a diferencia de cualquier otro objeto de consumo– debía ser gratis, y sus autores, algo a despreciar, si no unos incómodos pedigüeños; de aquella sensibilísima saca de espectadores españoles de las salas de cine españolas­ ­–saca muy superior a la vivida en otros países vecinos (nadie se libró), ahora mismo, y por eso, en riesgo menor de vaciado total­­–; de aquella pandemia, en fin, de efectos económicos, estructurales y culturales, y con la que la exhibición ha seguido ‘conviviendo’ desde aquellos días, no nos habíamos recuperado; dejándonos en inferioridad de condiciones y extremadamente frágiles a la hora de afrontar un segundo abordaje viral.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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