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Bernardo Sánchez Salas

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El precio injusto

Acaban de pillar a varias marcas de alimentación, súper conocidas, familiares podría decirse, de casa, de la tele, con históricos como los nuestros, y anuncios y sintonías de toda la vida, cobrando lo de siempre –o más– por dar menos. Por sisar, o parecido. Los ha denunciado la OCU. Marcas de esas que nos han nutrido meriendas y cenas sin fin. Es el signo de los tiempos, o uno de ellos: cobrarnos más cara la vida si queremos regresar a ella tras un par de años largos de clausura y miedo. Éste el post. El post de todo lo que hemos pasado y aún estamos pasando: pandemia más guerra de Ucrania y lo que cuelgue. Es decir: secuelas de lo primero y efectos colaterales de lo segundo: catástrofe cereal y energética. Esto, los que seguimos vivos, claro. Es como si naufragas, llegas como puedes, boqueando, a la orilla, y allí resulta que te esperan unos tipos que te cobran los primeros auxilios y hasta la manta para la hipotermia. O si cuando Goethe, en el estertor, pidió ¡luz, más luz! va y le aplican, por la hora, la tarifa más cara del día (y de la vida) y se la cobran in articulo mortis. Pues así estamos ‘saliendo’ de todo esto. Así va a ser la recuperación: si quieres lo de antes, vas a tener que pagar mucho más por ello. Si ya nada era gratis, ahora va a ser impagable. Tal cual. O imposible. Ahora la vida te sale por el doble. Mínimo. Es el precio por seguir aquí, haciendo lo de antes pero –ya lo estamos viendo– con menos cantidad en los envases, un punto sisados. Con menos “de lo rico”, como se decía en un anuncio de hamburguesas. Es muy viejo el truco. Es el de la báscula trucada. El precio no se corresponde con la sustancia. Es efecto del packaging, que disimula el vacío. No se corresponde con la memoria natural de las cosas que consumíamos en la antigua-antigua normalidad, la paleonormalidad, allí por el final de los tiempos. Y nos asalta una descompensación flagrante. De la cesta a un viaje. La vida que ahora nos venden lleva camino de convertirse en un producto de lujo, premium. Eso: lo que antes era cotidiano ahora es premium. Pero además, en el fondo de la cesta, la cesta en general, alguien nos ha sisado. Ya sabíamos que la crisis, en cualquiera de sus formatos –crashs, guerras o virus– son la más grande oportunidad de negocio. Estaba demostrado y cobrado. Pero esto de ahora ya es el pelotazo premium. Menos por más. A tutiplén. Hasta algunas de las marcas que hicieron nuestra infancia y juventud podrían haber trucado, por lo que dice la OCU, la cantidad de producto (y defraudado su recuerdo). Se acabó lo que se daba, amigas y amigos. La tabla de precios anterior a este tiempo es como una Piedra Rosetta. El sobrevivir acarrea una derrama. Del doscientos o trescientos por cien. En el precio de las cosas, que no en el meollo. Y la situación actual va a conseguir que lo que hacíamos antes, aquello de vivir por encima de nuestras posibilidades –¿se acuerdan?–, fuera un modelo económico sostenible, auténtica bonanza. Quién lo pillara.  Y qué romántico sonaba todo: era como una balada. Ahí, agarrados a la cola del tigre; surfeando “nuestras posibilidades”, cualquier cosa que fuera eso. Aunque daba igual porque estábamos por encima. Ahora, a lo que nos está sucediendo de que vivir te cueste un huevo y, en concreto, al birle de un tanto por ciento –por pequeño que sea– del interior del recipiente para eso que se llama “repercutirnos” el despiporre del precio de las materias primas (y de las primas segundas también, e incluso de primas más lejanas) lo llaman “Reduflación”. Este es un término –malsonante, por cierto; suena a flatulencia– que de momento sólo dispone de entrada en la Wikipedia, pero no en el Diccionario.  Elijo de entre todas las acepciones, la más sutil: «una forma sigilosa de inflación». De paso, se puede extraer de esta definición la propia naturaleza sigilosa de la inflación (fenómeno inverso a la “Reduflación”). Algo que se va engordando lenta y discretamente: inflacionando, por tanto. Con un sigilo calculado. Pero también está en nuestra naturaleza el seguir pagando.

Temas

Espacio de opinión en el que se aúnan las artes escénicas, el panorama político, el cine, la radio, y la televisión. Además de la cultura en general y la vida en particular. Su autor es Bernardo Sánchez Salas, escritor, doctor en filología hispánica y guionista.

Sobre el autor

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961) Escritor, Doctor en Filología Hispánica, guionista de cine y televisión y autor teatral: Premio Max en 2001 por la adaptación escénica de la película El verdugo y adaptador, también, de obras de Arthur Miller (El precio, nominado en 2003 al Max a la mejor adaptación), Tirso de Molina (La celosa de sí misma), Antonio de Solís y Rivadeneyra (Un bobo hace ciento) –ambas para la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, Aristófanes (La asamblea de las mujeres), Edgar Neville (El baile), Howard Carter Beane (Como abejas atrapadas en la miel), Jeff Baron (Visitando al señor Green, nominado en 2007 al Max a la mejor adaptación) o Rafael Azcona (El pisito). Sus trabajos teatrales –realizados para unidades de producción públicas y privadas- han sido dirigidas por Luis Olmos, Jorge Eines, Tamzin Townsend, Juan Echanove, Sergio Renán, Esteve Ferrer, o Juan Carlos Pérez de La Fuente. Es también autor de textos teatrales originales como Donde cubre y La sonrisa del monstruo (dirigidos por Laura Ortega para la RESAD), El sillón de Sagasta (dirigido por Ricardo Romanos) y La vida inmóvil (dirigida por Frederic Roda). Ha publicado estudios sobre el dramaturgo del siglo XIX Bretón de los Herreros y editado algunas de sus obras; fue corresponsal de la revista El público. Autor del conjunto de relatos Sombras Saavedra (2001), publicado por José Luis Borau en “El Imán” y de monografías individuales y/o colectivas sobre Rafael Azcona, Bigas Luna, Luchino Visconti, Viçenc Lluch, José Luis Borau, Eduardo Ducay, Antonio Mingote, Pedro Olea, el Documental Español, la Literatura y el Cine en España o El Quijote y el Cine.


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