Una semana después de dejar de pisar colillas en los bares para hacerlo en la acera como nunca antes lo habían sufrido las suelas de mis zapatos, la nueva ley antitabaco continúa poniendo de los nervios a más de uno y, por tanto, haciendo imposible lo de dejar de fumar. Al menos de momento.
Y es que apenas ocho días han bastado para comprobar que el mundo sigue y seguirá girando, con humo o sin él, y que la opinión ciudadada de la clase política, fumadores o no, se mantiene en los mismos niveles que antes de la controvertida norma… es decir, a la altura de las baldosas que ahora sirven de improvisados ceniceros.
“Cualquier ciudadano puede denunciar, como se ha hecho hasta ahora con cualquier otro tipo de supuestos delitos o incumplimientos de leyes”, soltó la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, animando a denunciar a los fumadores que incumplan la nueva ley. Y, claro, las críticas no se han hecho esperar.
“¿Denunciar a los fumadores?”, se cuestionaba irónica el otro día una conocida hostelera logroñesa cuando le preguntaba por el funcionamiento de las estufas de terraza o ‘setas’ que estos días están ‘creciendo’ por la capital.
“Pues yo animo a denunciar a quien trabaja y cobra el paro, a quien trabaja estando jubilado o a quien trabaja sin estar dado de alta en la Seguridad Social…”, se respondía a sí misma. “Y eso sí que sería saludable para el país”, concluía la hostelera que, por unos momentos, llegó a sonarme como una política. ¿O era como una autoridad sanitaria más?