Supongo que uno duerme mucho más tranquilo sabiendo que respira en el lugar con mejor calidad ambiental del país, de la misma manera que uno compraba más alegremente cuando éramos ciudad comercial de España o que comía como si de un banquete se tratase el año de la capitalidad española de la gastronomía. Nada comparable, en cualquier caso, a cuando Logroño fue la mejor ciudad para vivir. De ello ya se encargaban de presumir, y bien que presumieron, los gobiernos locales de turno. Son rankings y clasificaciones, galardones en el mejor de los casos, que hacen mucho ruido, a la espera de recoger las nueces. Desde que el hombre es hombre, las comparaciones están ahí, llegando incluso a obsesionarnos. Hablamos mucho estos días del nuevo Ayuntamiento que, independientemente de su equipo de gobierno, aspiró, aspira y aspirará a posicionarse lo mejor posible en cualquier tipo de tabla por insospechada que sea.
Hemos pasado de dos a cinco grupos municipales y de una mayoría absoluta a un gobierno en minoría. Nadie sabe cómo será, pero sí que no será como antes. La recién inaugurada legislatura no ha hecho más que comenzar y será cuestión de tiempo que surjan las comparaciones. Y es que si antes había dos puertas a las que llamar, que nadie pierda de vista que ahora habrá hasta cinco… Cinco ventanillas dispuestas a recibirte sin que a nadie le convenga mandarte a la otra. Otra cosa será a la que vayas. O que no logres una respuesta satisfactoria en ninguna, que también pasará. Y es que el reto es entre todos, huyendo de rankings, clasificaciones y galardones y reconocimientos más o menos peregrinos, ser capaces de escuchar y hacer un lugar donde habitar mucho más amable. Donde se duerma mejor, se compre mejor, se coma mejor y, sobre todo, se viva mejor. Pero todos.