Un tío ‘majo’ para una crónica ‘maja’… Si ayer ya pensaba que la historia de Antonio merecía la pena ser contada, hoy, tras el aluvión de comentarios de reconocimiento a su persona, no tengo ninguna duda de que así debía ser. ‘El Barbas’ es de los que se deja y se hace querer a partes iguales. Un minuto de conversación basta para parecer que le conoces de toda la vida. Antonio, igual que yo, habla por los codos. Mi amigo y compañero de fatigas informativas, Teri Sáenz, que escucha más que habla, le rendía anónimo homenaje en una de sus deliciosas chucherías y exquisita quincalla. Tío ‘majo’ también el Eleuterio… He aquí la historia de Don Antonio Irigoyen, el decano de los autobuseros logroñeses, tal y como la contamos hoy en Diario LA RIOJA:
«¿Qué tal con tu nueva vida?», le pregunta María del Mar iluminándosele el rostro nada más verle mientras espera la llegada del ‘cuatro’. Antonio responde a sus dos sonoros besos con un abrazo casi sin tiempo a responder al percatarse de la presencia de otra cara conocida entre los viajeros que esperan su turno. Las felicitaciones y las muestras de cariño se le acumulan en las últimas semanas… prácticamente desde que se supo que tocaba retirada. Antonio Irigoyen García, popularmente conocido como ‘El Barbas’, aparcaba definitivamente el pasado sábado el autobús urbano que ha conducido presto y dispuesto durante los últimos 34 años y cuatro meses convirtiéndole en el decano.
«Todos sabían que era mi último día, porque soy como un libro abierto. nunca he sabido tener secretos», confiesa. Se despidió entonces y ya hay quien le echa de menos. Ausencias como la suya son difíciles de cubrir, aunque él prefiere no darse la más mínima importancia. Basta con acompañarle a cualquiera de ‘sus’ paradas para comprender de quién se trata.
Antonio, soriano de nacimiento pero logroñés de adopción, se jubila a los 62 años dejando no a viajeros sino a amigos. Si bien para los usuarios ocasionales podía ser un conductor más de la Línea 4, para los más frecuentes, que son mayoría, era el conductor, ‘su’ conductor, con mayúsculas. Y es que con él al volante el billete no sólo daba derecho al viaje. Un beso, una sonrisa, una broma, una confidencia. El trayecto nunca era rutinario.
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