Está claro que para hacer un triatlón hay que saber correr, saber nadar y saber andar en bici. Eso es innegociable. Pues yo,ahora mismo, no sé andar en bici, he nadado unas pocas brazadas en el último lustro y mi dañado tendón de Aquiles no me permite correr. El panorama es esperanzador. Sólo puede mejorar. 😉
Con la natación empezaré en breve.
El tendón va mejor (solo faltaba después de tres semanas) y, tras la prueba de esfuerzo del miércoles que me va a realizar el doctor Chema Urraca en el Centro de Fisioterapia y Medicina Deportiva Las Gaunas, estoy seguro de que en manos de Miguel Moreno y todo su equipo (María, Sandra, Alberto…) mejorará hasta quedar en el olvido. Ya lo hicieron en el anterior reto y solo yo hice que volviera a recaer.
La pérdida de peso va, creo, por buen camino. A ver qué me dice Paula Fernández en mi próximo paso por el Centro de Nutrición y Dietética Nutrium. Espero que progrese adecuadamente.
Y lo de la bicicleta… ¡¡¡Ayyyy la bicicleta!!! Anda que no queda trabajo por delante para empezar a entrenar en concreto el triatlón. Borja Langarica, ten paciencia porque conseguiré que puedas hacer algo conmigo y convertirme en uno de tus Tritones.
El domingo fue el primer cápitulo de ‘APRENDIENDO A MONTAR EN BICICLETA A LOS 44‘.
En el episodio I, a falta de uno, tres fueron mis sufridos y entregados profesores: Carolina, que encima puso en riesgo su bici; y Beltrán y Mateo, dos maestros de 7 y 9 años que, además de animarme, me acompañaron y custodiaron en mis primeras pedaladas.
Los vídeos que se pueden ver en este post son cristalinos. Queda mucho camino por recorrer.
La vergüenza era el primer impedimento. Pero este blog me ha ayudado a quitarme muchas vergüenzas. Cierto es que intenté ir a un sitio poco transitado. Por mi bien… y por el de los peatones que se atrevieran a pasar.
Me calé el casco nuevo que me habían regalado mis profes en mi reciente cumpleaños. Ya veis, con casco y sin bici. Lo primero es la seguridad…
Alguna cuadrilla de jóvenes miraba sorprendida y se les escapaba más de una risa. “Papá, te están mirando…”, me avisaba Beltrán. Pero a mí no me quedaba más que ir a lo mío, que ya era mucho.
En los primeros intentos, bastante hice con mantenerme sobre la bici. Después, tocaba intentar seguir en línea sobre una pista totalmente recta.
Luego, le llegó el turno a las curvas. De momento, las hago muy amplias, amplísimas. De hecho, acabé alguna vez en el camino siguiente al que pretendía; en otras, la acera se me hizo muy pequeña y terminé en la carretera y en dirección contraria; y en muchas, ni giré…
Lo de frenar no lo llevo bien. Más bien, no lo llevo. Me da que voy a quemar mucha suela de zapatilla en este aprendizaje hasta que me acostumbre a usar los frenos de la propia bici.
Varias farolas sufrieron mis embestidas… y todavía siguen en pie.
Especialmente duro fue el choque final. Cuando ya iba camino de la meta (el banco en el que me esperaban mis maestros) me vi confiado para adelantar a una señora justo en una curva. Pero la confianza me abandonó de repente y seguí el camino recto hacia la inocente farola. Ya he dicho que lo de frenar todavía no lo llevo demasiado bien. Resultado: golpetazo, susto, foco de la bici roto, manillar movido y pequeño arreglillo de la mecánica para que volviera todo a su sitio… Ahí, como me dijo el peque: “Papá, lo importante es que tú estés bien. La bici se arregla si se estropea, pero si te rompes tú, no”.
Fue el momento de poner fin a la primera jornada.
Que voy más tenso que un cerdo en el día de San Martín, es evidente. El miedo me acompaña montado en las traseras (y en las delanteras) de la bici. Cuando me bajé estaba agotado, empapado en sudor, me sentía todos los músculos y los brazos los tenía más rígidos que una barra de acero. Cuando me miré las manos, tenía marcadas a fuego las marcas de los manguitos del manillar. Y costó que se quitaran un buen rato. Vamos, que me agarré a la bici tan fuerte que casi me llevo el manillar fundido a mí.
Lo bueno es que, en resumen, la primera experiencia ha sido muy estimulante.
Por momentos, creí que iba rápido. Cuando vi los vídeos me di cuenta de que solo era mi sensación. El caballo del malo me pillaría yendo a trote suave.
Llega la hora de coger la bici más días, más tiempo, más distancia, más rápido…
Y llegan los vídeos. Aquí podéis ver mi evolución en cuatro pasos.
Es conveniente verlos con audio para no perderse los detalles ;-))
Paso 1: La farola no es tu amiga. No la abraces.
Paso 2: Sigue recto, que ya es bastante.
Paso 3: Frenar, ¡’pa’ qué!
Paso 4: Una curva muy amplia
Prometo poner más vídeos de los próximos intentos. De momento, por hoy vale. Estoy pensando en comprar una bici de cemento armado, baratita y a prueba de torpes como yo, para que aguante estos primeros capítulos. ¿Alguna idea?