CUANDO la niñez pierde el encanto de la inocencia, la mirada se agacha y el paso se vuelve corto, como de perro sin amo en el aguadojo, es el tiempo de la contradicción, del enfado sin sentido, del rebelde sin causa, del cansancio vital, del aburrimiento perpetuo y, a la vez, a pesar del contrasentido, de la ausencia de tiempo para nadie y para nada: el tiempo de la negación del entorno.
En otras épocas, no muy lejanas, esa resistencia pasiva, esa permanente desobediencia civil, esa huelga sin declarar, era cortada por una torta a tiempo del progenitor o por el castigo inmediato del profesor de guardia; sin embargo, desde que los derechos del niño, o del joven, fueran elevados a la categoría de dogma -y no seré yo quien intente negarlos- y la marea viva de la ‘enseñanza en libertad’ arrastrase consigo cualquier atisbo de disciplina, el adolescente encuentra un terreno extraordinariamente bien abonado para mantener su permanente estado de víctima incomprendida del mundo, del demonio y de la carne; estado del que sólo parece encontrar consuelo sumergiéndose en programas basura de televisión, jugando con la play-station, chateando incesantes horas, Dios sabe con quién, o hablando, en el superjuguete irreemplazable y adictivo que es el móvil, con un montón de amigos a los que casi nunca ve; también parece encontrar un cierto consuelo en sacar de sus casillas a los enemigos más directos: los padres, a los que tilda de tacaños, si recibe poco dinero, y de infelices que piensan que todo se arregla con dinero, si recibe mucho.
Cada vez más adolescentes se amoldan a este estado vital y alargan su adolescencia durante años, encontrando comodidad en esta situación de queja constante y alma herida, de botellón los sábados y sueño los domingos, siempre al cobijo dinerario de papá, hasta unir esta época indecisa con una soltería exagerada, hedonista e improductiva.
Hemos de reconocer que, al margen de los presuntos problemas psicológicos que indican los expertos y de la supuesta infelicidad propia del cambio hormonal y de la formación de la personalidad, no es mala vida la que llevan estos angelitos, que no los afectados por sus daños colaterales: profesores o padres, pero estos tienen un buen remedio: paz y un poco de ciencia, o sea muchísima