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La plazuela perdida

Volviendo a la plazuela

A mi primo José Antonio  Chávarri, in memoriam
Es bien conocido que la especie humana
es la única que planifica su vida sin demasiado sentido: abandona en
general, la norma natural de las especies, de tomar del medio lo
necesario para subsistir y dejar el resto para los demás y para futuras
generaciones, y se lanza, en una loca carrera a ningún sitio, a
acumular bienes, a destrozar el medio y a esquilmar el planeta sin
miramiento y sin ninguna visión de futuro, haciendo buena la frase:
«Después de mí, el diluvio».
Extraña, que siendo la persona tan frágil y con tan temprana fecha de
caducidad, nos empeñemos en vivir como inmortales y planifiquemos
nuestra vida como si fuéramos eternos, embarcándonos en aventuras
personales de dudosa sensatez, en busca de esa patria individual que no
se encuentra, de llenar el recipiente agujereado, cada vez más vacío.
Alguien dijo que la patria del hombre es la niñez; Rafael Azcona,
corroborando esto, me decía en una carta, a propósito de una de mis
novelas: «Me cuentas fragmentos de mi infancia y eso ciega el
entendimiento»; quizás debiéramos buscar en nuestras raíces, en aquella
niñez desabrigada, en los antiguos lugares amigos que jamás dejan
nuestros sueños, esa patria desaparecida que alivie nuestra desazón.
Hace algunos días, una penosa enfermedad se llevó a un familiar, que
había vivido los 38 años de su corta vida pegado a sus raíces, a la
tierra gris del valle, al agua del Tirón, al verde de la huerta, a la
mies dorada del verano, a los sarmientos retorcidos de las viñas
riojanas… a los rostros amigos y queridos de cada día. Cuando le
comunicaron la gravedad de su situación, reflexionó en voz alta,
diciendo: «Menos mal que me ha pasado a mi, que soy el soltero de la
familia»..
Esta desprendida aceptación, que en realidad era un acto de amor a los
suyos, me recordó, con rara analogía, los versos del poeta latino
Claudiano que dicen:
«Feliz aquel que pasa la vida en los campos propios… / a él no lo
zarandea la fortuna con incómodas aventuras / ni le sacian la sed,
siempre extranjero en sus viajes, / aguas desconocidas».
Quizás, haciendo caso a estos versos, podamos encontrar el camino que
buscamos, la patria individual que se resiste, esa paz interior que nos
alivie la ansiedad por rellenar lo irrellenable.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

Sobre el autor


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