YA se echaba de menos una buena pelea verbal entre dos pesos pesados mediáticos de nuestra literatura, como Umbral y Pérez-Reverte, que reinciden en una dialéctica añeja. Parece que todo se enredó con unas declaraciones de Umbral sobre la falta de estilo en Pérez-Reverte y, según dice la prensa, molesto porque no entiende que el creador de Alatriste venda mucho más que él. Y, claro, D. Arturo contestó como era de esperar: con herreruza, y daga vizcaína.
Yo creo que todo parte de un falso concepto, por parte de Umbral, de lo que es la novela. D. Francisco, que quizás hubiera sido buen poeta, es un escritor que todo lo fía a su buena y peculiar prosa de una sola marcha, muy práctica y bella para una columna esporádica -diaria resulta repetitiva- o para una novelita corta, pero poco más. En la obra extensísima de Umbral, salvo alguna pequeña excepción –Las ninfas, tal vez, o Mortal y Rosa– la mayoría de sus novelas son columnas aburridas de 200 páginas. Para él sólo existe el estilo, lo que le lleva a renegar de la esencia de la novela: el contar historias; con ese baremo no tendrían valor los grandes novelistas de nuestra literatura -Pío Baroja, a pesar de su mediocre estilo, es uno de los grandes- y ese canon que establece es el error de Umbral, porque el buen novelista, el de raza, es el que sabe contar, además de, o a pesar de, estructuras, estilos, y demás artificios teóricos; y entre estos novelistas de raza, los que narran y dedican uno o dos años a sus libros, está D. Arturo Pérez-Reverte.
Nunca entendí aquella coletilla, que acabó en mito, lanzada por los ‘expertos’ de hace 15 o 20 años, de que Pérez-Reverte escribía mal. ¿Qué necedad! Porque ¿qué es escribir bien? Para mí, sin ninguna duda, un buen escritor es el que domina el lenguaje necesario para la obra que pretende realizar, y, en esto, D. Arturo es un maestro: no hay más que analizar el lenguaje que utiliza, por ejemplo, en Alatriste o en Cabo Trafalgar; pero, claro, esto no se puede lograr en un mes. Y ahí es donde duele.
En resumen, cuando uno lee una novela de Umbral, a las dos páginas exclama: ¿Qué bien escrita está! Pero a las cien páginas deja de leer, aburrido de lo bien escrita que está. Sin embargo, el mérito de Pérez-Reverte es que no apetece dejar de leer sus libros.
El lector suele tener razón, y la Real Academia también.