El otro día, me sorprendió un programa de televisión, en el que se hablaba de la central nuclear de Santa María de Garoña; en el reportaje aparecían un periodista y el entrevistado, con un medidor del nivel de radiación, y mostraban a la cámara la medida, superior a la máxima permitida por las normas de seguridad, o eso, al menos, creí entender. Luego entrevistaron a varias personas de los alrededores de la central, que hablaban de malformaciones y enfermedades achacadas a las radiaciones nucleares, asunto cuando menos intranquilizador, dada la proximidad de los riojanos a dicha central nuclear. En este momento, en el que se reabre el debate sobre este tipo de energía y se presiona para construir nuevas centrales nucleares, conviene reflexionar sobre la seguridad de estas instalaciones. No debiera ser problema, hoy en día, la seguridad de una central nuclear, pero el recuerdo del accidente de Chernobyl y sus devastadores efectos permanecen en nuestra retina, generando rechazo hacia la opción nuclear de la energía.
Tal vez no tenga demasiada lógica rechazar la construcción de una nueva central nuclear, en un occidente de transparencia política y seguridad comprobable, pero, desgraciadamente, la transparencia, en materia de energía nuclear, brilla por su ausencia y, de los pequeños accidentes: grietas, pequeñas fugas, etc., nos enteramos tarde y mal, si es que nos enteramos; por eso somos tan reacios a este tipo de energía, además del peligro potencial de terroristas, porque no nos fiamos de lo que nos dicen. Y uno de los principales motivos, para no fiarnos, es el incumplimiento de los plazos de funcionamiento para los que se construyeron las centrales: Si una central se proyectó para 30 años, pongamos por caso, al cumplirse el plazo debería dejar de funcionar, y no, como se ha hecho con Garoña, hacer unos arreglos y prorrogar su funcionamiento, porque eso es comprar papeletas para el temido premio del accidente.
Un amigo me decía, no hace mucho: «Es tan impopular construir una central nuclear nueva y encontrarle emplazamiento, que harán funcionar las antiguas hasta el accidente». No olvidemos que, en este caso de Garoña, un accidente serio supondría la desaparición práctica de la producción agrícola en La Rioja durante decenios, y una emigración obligada de muchísimos de sus habitantes. Yo, si pudiera, controlaría el nivel de radiación en las proximidades de las centrales y, desde luego, la central nuclear de Santa María de Garoña, la cerraría. Por vieja.