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La plazuela perdida

INCENDIOS

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         Aunque la piromanía no deja de ser un trastorno, como otros muchos de los que sufre el cerebro -parte imperfecta del, más aún, imperfecto cuerpo humano, a pesar de que nos han repetido, con distinta intención, hasta la saciedad, que el cuerpo humano es un organismo perfecto- hay que reconocer la atávica atracción que el fuego ha tenido siempre para el hombre, y cómo éste ha recurrido a las llamas, muchas más veces de las  aconsejables, para solucionar problemas de distinta índole. Recuerdo que en algunas novelas, hasta bien entrado el siglo XX, el protagonista recurría a incendiar el bosque, para vencer a sus enemigos, y el hecho era aceptado por el lector como signo de sagacidad del héroe.

         Esta costumbre de recurrir al fuego, para solucionar pequeños problemas agrícolas, estuvo muy arraigada en La Rioja y, si no se ha olvidado por completo, al menos se ha conseguido que las quemas tengan lugar en los días señalados para cada municipio, lo cual permite un cierto control, por parte de los agentes de la autoridad, evitando aquella quema indiscriminada, y tan problemática, de rastrojeras, valladares, perdidos y cavas que, frecuentemente, acababan en incendios descontrolados, que arrasaban frutales y viñas y acababan con algún monte anejo.

         Si aquí, en La Rioja, se ha conseguido un razonable control de aquella nefasta costumbre, ¿por qué, en otras comunidades, el mismo problema ha devenido en catástrofe? El caso de Galicia es paradigmático, con sus incendios sistemáticos e inacabables. Las posibles causas de estos desastres, a lo largo de las últimas décadas, han pretendido ser explicadas de forma variada y sucesiva: ganaderos que conseguían cambiar el bosque quemado por zona de pastos, madereros que compraban los árboles quemados a precio de ganga, miembros de retenes contra incendios, que veían cómo el fuego mejoraba sus ingresos, trabajadores del monte, despechados por haber sido apartados de su trabajo, pirómanos, etc.  Ahora parece que, otra vez, se achacan los fuegos al afán por transformar zonas protegidas en edificables, por esa ansia constructora, que sigue destrozando el país y que hace que buena parte del territorio español esté en especulación.

         Lo único constatable es que la parte de España con climatología menos propicia a los incendios es la que más arde, mientras que otras más susceptibles de quemarse no lo hacen. ¿Tendrá algo que ver el que, en estos otros territorios, los lugareños saquen buena rentabilidad de sus bosques? Quizás debiera empezarse por ahí, si se quiere atajar esta catástrofe.

                                                                  “ALONSO CHÁVARRI”                                 

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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