En mi juventud, cuando la larga agonía del dictador comenzaba a permitir una tímida apertura cultural, fui elegido para protagonizar un corto cinematográfico, sobre los últimos días de Miguel Hernández -por lo visto, mi físico de entonces concordaba con la imagen del poeta, que dio a conocer Robert Capa con su fotografía del escritor, arengando a los combatientes en el frente de Teruel- pero una inoportuna llamada a filas militares frustró, sin haber comenzado, mi carrera de actor cinematográfico, lo cual fue una suerte, pues ya había suficientes malos actores; además, mantuvo a mi persona en el discreto y seguro anonimato.
Que el anonimato es la situación ideal en la vida, lo sabe todo el mundo, pero, a la vez y sorprendentemente, casi todas las personas intentamos salir de él, y estas intentonas, muchas de las veces, llegan abiertamente a lo cómico: conocí a un hombre para el que la ilusión de su vida era actuar ante el público, demostrando su rara habilidad de hacer ruido con el sobaco; es cierto que, ayudándose con la mano, lograba extraños sonidos, pero me pareció una ilusión decididamente descabellada, aunque la vida es sorprendente y llegué a ver, en televisión, a otro hombre haciendo eso mismo.
Tal vez tenga que ver, este deseo de notoriedad, con el ideal de hacer algo importante en la vida, con esa necesidad de permanecer, mas como hacer algo, de verdad importante, sólo está al alcance de unos pocos, nos afanamos, de forma ingenua, en salir del anonimato de las formas más variopintas; o quizás, con más probabilidad, sea simplemente la necesidad que tiene el ser humano de sentirse amado, y la premisa para ser querido es ser conocido. En el fondo, esto tiene mucho que ver con la ostentación, esa extendida necesidad de presumir de lo que se tiene, o de lo que se simula que se tiene, y que ha sido siempre el principal signo definitorio de una forma de actuar conocida como «provincianismo», ya que, como en Logroño sabemos bien, se daba sobre todo en pequeñas capitales de provincia.
Hay un sabio refrán que dice, hablando de la situación ideal en la vida: «Ni envidioso ni envidiado». El no ser envidiado, sabemos que evita muchos problemas, y se consigue con discreción y anonimato. El no ser envidioso, es más difícil.