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El güisqui de los poetas y el vino de la ministra

Es bien conocida la afición de muchos grandes poetas españoles por el alcohol y, en ciertos momentos, fue casi un signo generacional, aunque esa afición, en lo que a mí me ha tocado contemplar, iba dirigida, sobre todo, al güisqui -quizás como homenaje inconsciente a los grandes poetas británicos: Milton, Byron, Thomas, Keats – y no tanto al vino, que también.

En mi juventud, un amigo, con excelentes inicios de poeta, tomó al pie de la letra lo de vivir la bohemia y la noche, y su afición por el alcohol estropeó estudios y cualidades literarias, dejando su posible condición de poeta en la de «maldito», como su colega, de versos y siglo, Buscarini; no era difícil encontrarlo, ya treintañero, en la noche madrileña, pasado de bebida y, tal vez, de otras cosas, hablando obsesivamente de la perversión de la poesía y de la edición, ya digo: como Buscarini.

Más me extrañó la aparición, en el ateneo, de un poeta que escribía como los ángeles, a quien no pude entender ninguno de los poemas que nos recitó, porque los güisquis previos habían trabado su lengua, sin ninguna consideración a su bien ganada condición de poeta importante y académico.

En otra ocasión, tuve el privilegio de cenar con un, no menos famoso, poeta hispano, quien, tras los güisquis previos a la cena -cosa extraña para mí- y los posteriores a la misma -más razonables- y sin perder en ningún momento su compostura ni la sabiduría de su conversación, me arrastró, de bar en bar, de madrugada, sin que hubiera forma de acercarlo a su hotel ni de que se mostrara el inevitable efecto de su aprecio por el escocés. Esta anécdota suele repetirse, cambiando matices, con poetas no tan grandes.

También la mejor historia amorosa, que he leído en verso, la escribió un gran poeta, a quien esta común afición por el alcohol acabó destrozando la salud y, supongo, también fue la causa de su inesperado suicidio.

Esta inclinación de tantos importantes poetas hacia la bebida, me hace sospechar que, quizás, este falso don de la ebriedad, que nunca me ha acompañado, tenga que ver con ese otro don, que no quiso darme el cielo, de la grandeza poética, y que me ha hecho permanecer en esa discreta y, en el fondo, odiosa segunda fila en la que, como dijo un crítico afamado, estamos casi todos. Es posible, ya digo, que todo haya venido por la poca afición que he tenido a beber; al vino sí, pero, como dicen en mi pueblo: «Beber vino en las comidas no es beber». Que el vino es distinto del güisqui, lo sabe todo el mundo; bueno, la ministra no sé si lo sabe.

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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