Nunca ha sido grande, a lo largo de la historia, el número de lectores delibros; aún han sido menos los aficionados a la buena literatura. No lo era enlos tiempos en que la lectura servía para que la burguesía ilustradaentretuviera su ociosa vida, y tampoco lo es ahora –el tiempo es dinero y no segasta en leer, pudiendo ver la TV o navegar por Internet-; hemos pasado delanalfabetismo por obligación al analfabetismo literario por devoción.
Tiene su lógica que hoy en día no selea, al fin y al cabo leer requiere un esfuerzo de concentración, que no esnecesario en las nuevas tecnologías visuales, aunque luego ese esfuerzo tengarecompensa, eso sí, no siempre inmediata. Lo que me cuesta más entender es que,encima de leer poco, no se lea lo bueno del mercado, porque la calidad no estáreñida con el disfrute.
Algún lector puede preguntar: ¿Qué es lo bueno? ¿Cómo saberlo? Buenapregunta. Mirando la solapa del libro, seguro que no, porque todos serán obrasmaestras de la literatura. Antes, este problema lo solían resolver laseditoriales, que clasificaban las obras en colecciones, según su calidadliteraria, y el lector tenía muy claro que un best-seller era una cosa, y unabuena obra literaria, otra, gustos al margen. Ahora parece que las editorialesquisieran confundir al lector, mezclando lo bueno y lo malo, lo meritorio conlo comercial, lo bello con lo vulgar. Incluso en las listas de librerías ysuplementos culturales aparece esta mezcolanza, pudiéndose encontrar, junto aAuster, Marías, Pérez Reverte o Landero, el best-seller prefabricado de turno –yasé que alguno no está de acuerdo, aunque se va convenciendo poco a poco, en queponga a Pérez Reverte entre los grandes, pero lo es-.
Yo no tengo nada contra los libros deconsumo, cumplen su misión, y he de reconocer que he leído con disfrute librosde Vazquez-Figueroa y de Henning Mankel, pero me gustaría que, cuando voy acomprar libros, las editoriales y las librerías me lo pusieran más fácil yseparasen el grano de la paja. Es lógico que, quienes no entienden demasiado deliteratura, confundan un amable libro bien encuadernado, aunque hable decatedrales, con la novela total, pero, quienes reconocemos la diferencia, nodeberíamos hacer coro.
“ALONSO CHÁVARRI”