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La plazuela perdida

TELEVISIONES Y ESPECTADORES

Eso de que “todo tiempo pasado fue mejor”, sabemos que es un equívoco, propiciado por nostalgia de la juventud, pero en televisión se cumple escrupulosamente. ¿Quién no echa de menos programas como Estudio 1, La Clave u otros olvidados, que mantenían la condición de “servicio cultural” del medio televisivo?

Recuerdo los tiempos en que había una sola cadena de TV –luego tuvimos dos cadenas: la 1 y la UHF- y también recuerdo aquella campaña para convencernos de lo mala que era nuestra única TV: “la mejor televisión del país”, decían, con sorna, columnistas y gacetilleros, intentando convencernos de que la llegada de las televisiones privadas iba a abrir un mundo desconocido y maravilloso al espectador. Lejos estaba de imaginar que detrás de la campaña sólo había negocio y apetitosos puestos de trabajo, y que la realidad de la programación, en las nuevas televisiones, iba a hacer buena aquella frase de que la única TV era la mejor televisión del país.

Si por algo se caracterizan las actuales televisiones, más allá de los programas basura y de la banalización del medio, es por el desprecio absoluto que parecen manifestar hacia el espectador, consumidor sin derecho alguno: si una serie, recién lanzada, tiene baja audiencia, se cambia su horario o se suprime directamente; se coloca la publicidad de forma engañosa y sibilina: poca al principio de las películas, más a partir de la mitad y mucha más al final, sobre todo unos minutos antes del final; se ningunean los deportes que se retransmiten en otras cadenas y se empalaga al espectador con los de la propia… todo muy poco profesional y sin asomo de ética.

Sería injusto no reconocer, a la antigua televisión española, su labor en la educación gramatical y léxica de los españoles, y lo que esto ha contribuido en igualar a las personas, labor que están deshaciendo las actuales televisiones, en su afán por alentar personajes televisivos que hacen, de su incorrección en el habla, ostentación; de su chabacanería, presunción; de su mala educación, virtud; y de su nefasta influencia en la juventud, jactancia.

Como los poderes públicos no aciertan a parar este desatino, sería hora de crear alguna asociación de teleespectadores que intente acabar con tanto desmán.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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