El asalto a una comisaría, por los integrantes del botellón festero en Pozuelo de Alarcón, ha llenado de perplejidad a muchos ciudadanos, que no acababan de creer que las imágenes que veían en televisión eran de Madrid, y no del Bronx neoyorkino o de Mogadiscio. Lo que a mí me ha sumido en la perplejidad, más que el hecho del asalto en sí, han sido las reflexiones del ministro de Educación, Ángel Gabilondo, que echa en falta “alternativas de ocio”, para los jóvenes, y demanda “planes locales de ocio y cultura”, como forma de luchar contra el botellón. O sea que viene a culpar “a la sociedad”, ¡cómo no!, de los comportamientos salvajes de algunos, y cree que hay que buscar diversiones a los jóvenes porque, de lo contrario, acabarán bebiendo en el botellón.
Yo me pregunto: ¿los jóvenes han tenido, en alguna época, más posibilidades de diversión que ahora? Los que hemos pasado la juventud sin poder ir a un concierto, porque los pocos que había estaban fuera de nuestras posibilidades económicas, o hemos tenido que jugar al fútbol en los rastrojos, por falta de campo de fútbol, vemos con asombro, pero con satisfacción, que existen departamentos de juventud, locales y regionales, que organizan multitud de actos gratuitos para los jóvenes: teatro, cine, conciertos, recitales literarios, juegos…; ceden locales gratuitos para ensayar, hay gimnasios, frontones, polideportivos, campos de fútbol… para hacer todo el deporte que se quiera… En resumen, tienen casi todo para disfrutar de una juventud feliz, y creo que la mayoría son felices.
Yo pienso que el problema puede estar en otra parte: en un sistema educativo, del que el partido del señor Gabilondo es adalid, excesivamente permisivo, en el que la palabra “disciplina” ha sido tachada del vocabulario -algún experto comenzaba así su charla al profesorado, tachando en la pizarra la palabra “disciplina”- pródigo en ofertas educativas para el que no quiere ninguna, pero que es incapaz de transmitir, a ciertos muchachos, que los derechos conllevan obligaciones. Cuando un alumno –afortunadamente son una pequeña minoría- puede ser un cafre sin que le ocurra casi nada, porque el profesor carece de herramientas para hacer cumplir las normas, no es de extrañar que el joven crea que todo le está permitido y acabe, sobre todo si está borracho o drogado, asaltando una comisaría. Esta minoría que no acepta las normas, porque nadie ha podido obligarle a cumplirlas, desgraciadamente, sólo entienden un lenguaje: el suyo, el del palo.
“ALONSO CHÁVARRI”