Siguiendo la reflexión sobre esos jóvenes que asaltaron la comisaría de Pozuelo, tras una noche de botellón, muchos se preguntarán: ¿Por qué beben los jóvenes de esa forma tan compulsiva? La respuesta es que los jóvenes han bebido siempre, en las noches de juerga, pero, quizás, de otra manera. Antes, tal vez, era una forma social de beber –que también tenía sus riesgos y no es de alabar-; se bebía como una forma de relacionarse o, incluso, de desinhibirse en el trato con el otro sexo, pero no dejaba de ser “un medio”; ahora se bebe compulsivamente, el beber es un fin para “colocarse” cuanto antes, aunque con ello se pierdan los papeles y se acaben haciendo barbaridades. Yo, sinceramente, no encuentro explicación a ese beber puntual y desmesurado, a esa borrachera del sábado, hasta perder los papeles, aunque muchos no prueben el alcohol durante el resto de la semana.
Algunos echan la culpa de estos comportamientos inexplicables al paro juvenil, así como al escaso salario de los jóvenes, en relación con la carestía de la vida, especialmente de los pisos que muchos no podrán comprar nunca. Es posible que tengan algo de razón –en el botellón se ahorra dinero, visto el precio excesivo de la bebida en los bares-, pero yo no veo claro que eso induzca a beber y a comportarse como un energúmeno. Sí puede tener influencia una forma de entender la vida que lleva a la frustración y al desencanto. Me refiero a esa creencia, generalizada entre las nuevas generaciones, de que todas las personas tienen derecho a poseer cualquier bien de consumo, olvidando que una cosa es tener el derecho y otra, muy distinta, poder permitírselo, creencia alimentada por un sistema económico que sólo funciona bien con el hiperconsumo y el endeudamiento generalizado de las familias y las personas.
Si un joven está frustrado porque no puede tener todo aquello que le gustaría y, además, su bagaje cultural es bajo –ojo, no confundir bagaje cultural, que puede adquirirse de muchas formas, con nivel de estudios- no es de extrañar que beba y acabe asaltando una comisaría. Porque, además, estos infelices no saben todavía que esos bienes que tanto anhelan, cuando los consigan, no les van a traer la felicidad. La felicidad es una cosa que se busca toda la vida y no se sabe donde está. Aunque en algunos momentos se encuentre en las pequeñas cosas.
“ALONSO CHÁVARRI”