En pleno siglo XXI, decir que a uno no le gusta viajar resulta casi un disparate, pero reconozco que es mi caso. Me dan envidia esas personas que disfrutan preparando maletas y que gozan subiendo a trenes o autobuses, pero, en esas mismas situaciones, a mí se me comienza a poner mal cuerpo. Tal vez tenga que ver con regresiones a la infancia y con penosos viajes de vuelta al internado, pero es un hecho que no disfruto viajando. Antes me forzaba y hacía viajes nacionales, hasta que llegué a la conclusión de que no era sensato pagar para no pasarlo bien; así que ahora sólo viajo por obligación.
Debo de ser una de esas escasas personas que no han subido nunca a un avión, y no ha sido por pánico –he subido en helicóptero, llevando colgado un enorme cañón, y no tuve ningún miedo- sino por falta de ocasión. Aunque en esto, de no viajar en avión, me alabo el gusto, porque veamos: hay que planificar el viaje con mucha antelación, si no quieres que te salga por un ojo de la cara, lo cual es un incordio y no siempre posible; has de estar en el aeropuerto con demasiado tiempo, lo cual invalida la ventaja del avión en viajes cortos; has de pasar un registro vergonzante, porque en los aeropuertos eres un presunto delincuente, mientras no se demuestre lo contrario; no puedes llevar objetos cortantes, punzantes, metálicos…ni líquidos, no sea que, en un arrebato, te dé por secuestrar el aparato y largarte al Caribe, para huir de la suegra; si tienes que enlazar con otro vuelo, nunca sabes si llegarás a tiempo, porque los horarios los carga el diablo y las horas de salida y llegada son “más o menos”; tampoco sabes si te tocará una huelga de controladores, que son muy suyos y reiterativos, de pilotos, de mecánicos o de …¡vete tú a saber!, y te quedas tirado en un aeropuerto, pidiendo explicaciones al maestro armero; y, lo mejor y más inaudito de todo, tal vez haya “overbooking”, porque, aunque yo no lo he entendido nunca, se venden más billetes que plazas tiene el avión, parece ser que por si alguno cancela el viaje, y entonces te quedas esperando a otro vuelo, en el mejor de los casos.
Entonces, ¿por qué viajan tantos en avión, sin estricta necesidad? Eso digo yo. La naturaleza humana tiene estas cosas. Y lo de que viajar abre la mente, no deja de ser una leyenda urbana, porque todos sabemos que los nacionalistas cerrados son unos ciudadanos que dicen amar mucho a su país, pero que huyen fuera de él, incluso en avión, al menor puente o fin de semana.
“ALONSO CHÁVARRI”