Vaya por delante que nunca he sido muy partidario de ninguna organización, de estas que intentan arreglar la vida de personas que no han pedido que les arreglen nada. Siempre me ha parecido un disparate el afán proselitista que ha acompañado a casi todas las religiones, empeñadas en convertir infieles, sin caer demasiado en la cuenta de que ellos también son infieles para las demás, que, por cierto, tienen la misma probabilidad de ser la religión verdadera que la presunta conversora. Con el tiempo, ese afán de convertir se ha transformado en afán de ayudar a quien, supuestamente, necesita ayuda. Como últimamente las religiones han caído bastante en desuso, un sector de la sociedad ha encontrado la manera de hacer lo mismo, pero sin decir que lo hace dentro de una Iglesia –en ciertos ambientes esto queda muy poco progresista- y han inventado las oenegés.
A mí, esta forma de ayudar, casi siempre en lugares remotos, me parece dudosa, aunque en casos particulares pueda ser beneficioso, porque creo que miran las carencias con ojos extranjeros y descontextualizados. Se empeñan, por ejemplo, en ayudar a una región donde no hay electricidad ni agua potable; y digo yo: ¿no sería mejor dejar que ellos organicen su vida y alcancen por sus medios lo que no tienen? Yo viví mi infancia en condiciones similares y tampoco era tan malo, aunque sí trabajoso y molesto, lavar en el río, subiendo su agua con calderos, y vivir sin apenas luz eléctrica. Cada sociedad tiene un ritmo de progreso y no estoy seguro de que, para esa sociedad, sea conveniente alterarlo, por mor de modernizarla antes y evitar supuestas penurias -ya sé que en casos particulares puede ser beneficioso, incluso se puede salvar alguna vida.
En el fondo, y sé que esto molestará a muchos, creo que el mayor logro de estas asociaciones –salvando casos particulares, como he dicho antes- es tranquilizar conciencias, ayudar a que los cooperantes se sientan mejores personas, porque, si se analiza seriamente, la labor que realizan no ayuda a que las cosas cambien mucho, y sí descubren a los ayudados un supuesto mundo mejor, al que raramente van a poder acceder, lo cual les va a producir infelicidad.
Por otro lado, está el excesivo atrevimiento de algunos cooperantes, que se adentran en lugares donde campa un terrorismo variopinto, pero que se puede resumir en una frase: “secuestro por dinero”; y parece una obligación fundamental del Gobierno liberar a los secuestrados al precio que sea, en contra de la doctrina comúnmente aceptada y de la sensatez de no negociar con terroristas. Y digo “parece”, porque nunca sabemos si el Gobierno negocia, si paga y, en su caso, ¿cuánto paga?, etc., pero eso es otra historia y no se pueden pedir peras al olmo ni sutileza a un cerrojo.
“ALONSO CHÁVARRI”